Hay semanas en nuestro curro que se mueven entre Salvar a Nemo, Siempre a tu lado, y operación cacahuete,  The Nut Job,  pero no dirigidas por Peter Lepeniotis o Simon Wincer, sino por los trabajadores y/o educadores sociales de mi equipo. Dramas sociales con animales, distribuidos por Marañosa Dream Team, bajo la etiqueta #vasaflipar #yoestonosesilocobro

Gritarías: ¿pueden apagar la cámara, por favor? Esto es una broma, ¿¿no?!?? Pero suelen ser realidad.

Cierto es que nuestro albergue no contempla dejar pernoctar a personas sin techo acompañadas por sus únicos compañeros de viaje, perros, gatos, conejos o palomas. También es cierto que se complica por no disponer de un espacio adecuado para ellos, problemas de salud comunitaria, desparasitar, alimentación, cuidados veterinarios, chips….complicaciones que deberíamos ir corrigiendo atendiendo a que estas personas se niegan a abandonar a sus compinches, aunque sea por unos días en acogimiento temporal, que encima, te puede salir “rana”.

Una semana y cuatro casos animalistas.

Caso 1. Liberad a Willy. Donde el delfín se transforma en un diminuto perro chipado, en mejores condiciones que su propietario. Chipado pero desnutrido y gruñón con todo lo que suponga un peligro para su dueño, entre ellos, los educadores de calle. El dueño sufrió un grave problema de salud y fue ingresado en el hospital hace unas semanas. Los educadores procedieron al acogimiento temporal de Willy  hasta la vuelta del dueño a la calle. El pequeño perro rabioso, por error del sistema, es dado en adopción, y et voilà, tenemos un nuevo problema, por poner las cosas más fáciles (y esto si que es un problema) . Alba, la educadora amante de los animales y sus dueños, pasa una mañana enfurecida al teléfono. Se enfada con un veterinario, con una voluntaria, con tres administrativos, y estampa: estoy trabajando en un EAIA de animales. De momento es casi imposible devolver el perro a su dueño, que reclama, con todo su derecho, ver fotos y reencontrarse con él al alta.

El lunes continuará la pelea contra un sistema que considera que el animal está mejor atendido con una abuelita que vive en un piso con balcón. De momento nadie está dispuesto a entender que el balcón de Willy está en un territorio libre, con un dueño que le cuida mejor que a sí mismo y al que el perro gruñón protege desde hace 15 años de agresiones en la calle. Y que la abuela puede adoptar otro perro de forma legal, pero claro, preocupa que se deprima la pobre abuela…

Caso 2. Rebelión en la granja.

Alicia y Manolo anuncian que van a hacer un “domicilio”. Cuando nuestro equipo hace domicilios éstos son cuevas, chabolas, habitaciones libres de oxígeno, coches o furgonetas, cajeros, plásticos enmarañados con cartones, entre otros. Hoy van a ver a Isabel, que vive en la huerta en una presunta caravana. Cuando llegan después de perderse tres veces por los caminos , ven un almacén. Parcela 3, camino Z-56, es aquí, seguro.

Isabel había avisado a Alicia que para ir a su “casa” era conveniente ¡que fuese en “chándal!”….Eso es una señal de territorio comanche y con barro. Así que Alicia se calza unas zapatillas de deporte, por si acaso…un almacén no puede ser, ha dicho caravana. Y sale Isabel en su ayuda.

Entrad, que bien, ¡habéis llegado! Dentro de las paredes del almacén está la caravana, es decir, si algún día pretenden sacar la caravana, tendrán que destruir el almacén… Manolo está desencajado. Desde del interior de la caravana, a través de las ventanas, se ve como única vista la pared de ladrillos a medio metro, bien aprovechado, ya que sirve de trastero. Intentan preguntar el motivo de tan raro invento, pero el surrealismo supera la posible verdad del tema, así que no hace falta insistir sino convencer a su ocupante de que puede mejorar, si quiere, su situación. A modo de la Eudosia del amigo Alejandro Rodríguez, en la caravana viven 4 perros y dos gatos. Por suerte, las gallinas y las palomas están sueltas por la huerta. Isabel no es Diógenes, aunque apunta maneras a sus 28 años. Un pequeño cachorro se encariña de las zapatillas de deporte verdes de Alicia. Mordisquea los cordones mientras Alicia le susurra “quitaaaaaaaaaaaaaa yaaaaaaaaa bichooooo!”, sin obtener respuesta ni del cachorro ni de la dueña, que está preocupada por enseñar su “casa” a los únicos visitantes que ha recibido en los últimos años.

Isabel vive preocupada por su padre, única familia que le queda, con quien rompió la relación hace 4 años por haber malvendido las joyas de la comunión. Una medalla de la virgen, una cadena de oro, el anillo de la abuela y una pulserita de plata con una cruz… un despropósito que la llevó a marcharse de casa en espera, algún día, de poder desempeñar las joyas donde quiera que estén y recuperar así la relación con su padre. Un despropósito también de relación paterna idealizada por Silvia.

Manolo y Alicia vuelven traspuestos a la oficina. Alicia preocupada por Isabel, que de momento no quiere dejar su casa ni a sus compinches de la granja que tiene montada en la caravana, que le dan calor al dormir, todos juntos, sobre un colchón roto y mugriento. Dice que así está “super calentita”. Isabel es como una niña, menuda, con mirada inocente, aunque siempre fija y sin expresión. Asegura que cuando recupere sus joyas de la comunión, volverá con su padre. Freud, allí donde estés, ayúdanos a definir qué mecanismo de defensa subyace en la fantasía de Silvia.

Manolo observa atentamente las zapatillas de deporte de Alicia y dice: ¿te has dado cuenta de que ha clavado los colmillos, y que ya no te quedan cordones.? Ya, contesta Alicia. A la mierda las zapatillas.

Los casos 3 y 4 los dejaremos para la próxima semana, parte 2 de crónicas de Narnia al estilo Marañosa,  a ver qué evolución animalista nos depara.