Nuestra compañera de Àgora, Alba Pìrla, nos invita a seguir conociendo su trabajo a partir de las historias de nuevas personas atendidas desde su servicio y que se convierten en entrañables personajes, que en futuro … quien sabe si los encontraremos en algún nuevo libro. De momento disfrutamos de este relato breve pero intenso, como lo sabe hacer ella.

“En nuestro trabajo cada vez atendemos a más mujeres sin hogar, sin techo, o desahuciadas de la vida…” así empieza el capítulo “Alexandras” en tierra de hombres, del libro Calle Maranyosa,12 trabajo social bajo la niebla.

Dice #Mimisma que las “Alexandras” son mujeres que, como diría Joaquín Sabina, arrastran maletas cargadas de lluvia. Sin que sirva de precedente, voy a darle la razón.

Esta semana, una nueva “Alexandra”, salió de prisión. La llamaban Jazmín. Otras dos están pendientes de ser libres en breve, y estamos valorando con las colegas de prisiones si podemos asumir su caso en Maranyosa para evitar que, cuando sean libres, acaben durmiendo en la calle, que ya sabemos lo que pasa. Ejem. Pronto empezarán una reconciliación desde la libertad con esa sociedad a la que hicieron el mismo daño que se hicieron a sí mismas. O que la vida les hizo a ellas, no sé en qué orden se producen esos daños, la verdad.

Jazmín, que así la llamaban en prisión, es una de ese 7% de mujeres presas que el viernes, por fin, salía en libertad definitiva. Uno de esos números de mujeres que llegaron a prisión tras delinquir ayudando a su pareja en una operación de robo a turistas, que jamás podía salir bien, dicho sea de paso, por precipitada y poco pensada bajo los efectos Dios sabe de qué alucinógeno.

Jazmín traficaba y consumía drogas con su pareja.  Bueno, de hecho, consumía y traficaba. El orden de los factores, en este caso, sí que altera el producto. El hurto en demasía y por encima de sus posibilidades la llevó a un exceso de provocación a la salud pública y a un punto y aparte: la cárcel.

Su comportamiento al entrar en prisión fue siempre sumiso. Jazmín había aprendido a lo largo de su vida que ella era justo lo que los hombres de su entorno querían: un juguete con el que descargar violencias. Socializarse así te explica por qué tantas “Alexandras” se someten una y otra vez a relaciones tóxicas y dependientes que estrangulan su autoestima hasta expulsarla de su cerebro y corazón.

Jazmín inició su camino hacia la recuperación en una institución penitenciaria básicamente pensada para los hombres, con tres intentos de suicidio a la espalda, el reproche de su familia en Melilla, con una hija adolescente que no quiere saber nada de ella, pero abstinente y con un último curso de la ESO aprobado con las mejores notas de la historia de la prisión. Quería hacer un curso de mecánica de coches, pero eso no es de mujeres, así que se quedó en ayudante de cocina, ¡qué le vamos a hacer! Dice #Mimisma que Jazmín bien podría arreglar Ferraris (o Twingos, claro, tampoco hace falta tener tantos humos) si la vida le trae una plaza en ese ansiado curso de mecánica cuando esté fuera de prisión… Oremos por los ciclos FP de Grado Medio en Mecánica de Vehículos Automóviles que sin duda le darán oportunidades.

Su pareja, Antonello, un italiano con antecedentes de todo tipo, seguirá en prisión por los siglos de los siglos, así que Jazmín sale definitivamente sola y con una idea de los vis a vis íntimos bastante sobrevalorada: durante hora y media puede ensayar todas las posturas del Kama-sutra o si su estado anímico no es el ideal, simplemente sentarse a hablar o abrazarse, si Antonello lo acepta, claro. Siempre quedarán las visitas con cristales si se le olvidó hacer la instancia a tiempo para el “íntimo”, o ingresarle algo de peculio para que se compre tabaco y deje de quejarse por su olvido. En fin.

La vida de pareja en prisión tiene que ser un infierno, sobre todo si te aferras al amor romántico que fue en realidad lo que a Jazmín, como a tantas “Alexandras”, la llevó a consumir, para continuar con su relación sentimental que no la llevaría a ningún sitio de vacaciones de placer, estaba claro, sino a la cárcel. Y ahí empezó su calvario, al que sigue enganchada, no al de las drogas, del que consiguió salir, sino a un hombre que, como Antonello, la sigue tratando como a la muñeca sumisa de cara triste en la que se convirtió hace 33 años.

Dice #Mimisma, que en su momento era a adicta a Zulema del Vis a Vis de Netflix, que las mujeres presas son unas “Alexandras” más invisibles que las nuestras si cabe, y muy, muy vulnerables, como muñecas de porcelana, que parecen duras pero cuando se rompen se hacen añicos.

-Acuérdate de Macarena Ferreiro en la serie, mismo papel que Jazmín, un “maromo” que no  te conviene y cárcel – me dice – aunque claro, Macarena tenía una familia que, a una mala,  su padre era poli, tú ya sabes… Jazmín ya no tiene ni padre, ni era poli y encima, era un mal padre. ¡Buff!

Jazmín tiene 33 años y una historia de las que salir corriendo, como la de tantas “Alexandras” que cumplen condena. Dicen las expertas que un 80% de las mujeres presas han sido víctimas de violencia de género al largo de su vida, y muchas veces están en prisión por cooperadoras o cómplices de sus parejas. Algunas acaban delinquiendo por miedo o coacciones de su pareja. Principios dulces y finales trágicos, está claro.

Desarraigada, excarcelada, sola, sumisa, mala madre, mala hija y por supuesto, mujer. Jazmín, tiene por delante el reto más importante de su vida: desapegarse de lo que no le conviene, darle un beso en la frente a la muñeca de cara triste en la que se ha convertido en su vida, y guardarla en un cajón bajo llave.

El viernes mi compañera trabajadora social fue al módulo de mujeres de la cárcel para entrevistarse con sus dos nuevas “Alexandras”, que salen pronto en libertad definitiva, y justo llegó en el momento en que Jazmín se despedía de sus amigas de módulo, que le habían preparado una fiesta con sorpresas. Cargada con dos pesadas maletas, dispuesta a hacer un “reset”, y con un trayecto por delante en Maranyosa, donde debe acudir esta tarde a una entrevista para acordar su plan de trabajo.

En medio de tanta despedida, de pronto, vio a su trabajadora social y se abalanzó sobre ella, dándole un gran abrazo, entre las risas y algarabía de sus amigas presas. Cuando alguna sale, sin duda, es una alegría para todas.

-¡Olgaaaaaaaaaaa! ¡Has venido a recibirme al salir!! -le gritó entre lágrimas y risas, tropezando con una de las maletas, mientras corría a sus brazos.

Ejem.  En realidad, no, ha sido casualidad… Pero bueno, ¿Qué le vas a decir? Y es que, como ya sabes, las casualidades en trabajo social no existen.

Salir de la cárcel y que no venga ninguno de tus seres queridos a abrazarte tiene que ser muy, muy duro. ¿no?

Jazmín ahora se llama Carmen. Y en Maranyosa tiene una oportunidad de rehacer su vida y restaurar sus cicatrices invisibles.  Amén.

Pd; Antoni tolmos, un gran pianista, compuso hace unas semanas una pieza fabulosa que describe así en sus redes sociales, en la que hace referencia a las mujeres que le han inspirado:

Esta canción está inspirada en el libro de Alba Pirla «Calle Maranyosa nº12» y en todos los personajes, reales como la vida misma, que ella ha conocido en su día a día como trabajadora social.

Cicatrices invisibles, marcas de vida que no se ven y que cada uno de ellos llevan bajo la piel.

«A la lavadora de Paco, a Alexandra, a esa otra Alexandra y sin olvidarme de todas las Alexandras, a Pepe y su cinta VHS (la de su boda), a María, esa mujer maravillosa que empeñó las joyas de su comunión, a Edurne, la malagueña, al abuelo infiltrado, al tozudo de Enrique, y a Hafid el joven nadie…» https://open.spotify.com/track/1lEvjQH9LTSricMHWwk8hz

Si te gustan los relatos y las historias sobre trabajadoras sociales puedes disfrutar con el libro Calle MARANYOSA Nº12, Trabajo Social desde la niebla, a la venta en https://www.alejandrorobledillo.com/