Nuevo post de Alba Pirla, escrito desde el corazón.

Hay malas rachas. Hacía muchos años que no lloraba y hoy me he afectado. Laura también ha llorado, y Manolo (ha llorado por dentro, lo he visto). Entre los tres sumamos más de 70 años de experiencia y aún así, hemos llorado. También ha llorado Cristina. Y Alicia, y más.

Hace un par de semanas compartí en mi muro de Facebook la muerte de Tomás, hallado en una cabaña en el río. Tenía las llaves de un piso, empezaba a vivir en él, a través del proyecto housing  first. Tenía una nueva oportunidad y estaba feliz. Quién sabe por qué volvió al río. Esta frase nos ha talaladrado el cerebro a todo el equipo. No lo encontrábamos. Y lo hallaron muerto. Como dijo Alejandro Robledillo, en respuesta a mi entrada, todos tenemos nuestra propia mochila llena de muertos con la que tenemos que seguir caminando día a día.

Hace muchos años que trabajamos con Jesús. Hizo el modelo de escalera de forma impecable, incluso llegó a trabajar con nosotros en el Ayuntamiento. Generoso, humilde, era un buen tipo. El martes no conseguimos dar con él. No contestaba al teléfono. Ayer, pasamos por su casa, preocupadas. Igual tiene gripe, dice Laura. No era gripe. Jesús estaba muerto. Y así lo encontramos.

Te das cuenta de que las trabajadoras sociales tenemos un sexto sentido, algo  que te sopla en la nuca, una intuición de que algo no va bien. Como haríamos con un amigo, o familiar, salimos a descartar que nuestro usuario pueda estar  mal. A veces, está bien, estaba de “parranda” –joder, chaval avisa si te largas hombre, que nos preocupamos!- otras…pues no.  Pienso en los abuelos japoneses que mueren solos y nadie se entera. También pasan aquí estas cosas.  A veces pienso en si los trabajadores sociales nos convertimos en el ángel de la guarda de las personas más frágiles y vulnerables, hasta su muerte. A veces, previsible, otras, no.

Dos muertes que me remueven el estómago. Dos personas que poco importaban a nadie. Menos a nosotros. o a Marta, colega de una entidad cercana. Pendientes de sus pruebas médicas, de sus bajones, de su cumpleaños. Ayer lloramos, sí. Por Jesús. Siempre te asalta la culpa en estas situaciones que te llevan al límite emocional (aunque acumules 70 años o 100 años de experiencia):

-¡Joder, ¿ y si hubiésemos podido dar antes con él?!

-¿Por qué no dijo que estaba mal?

-porqué…….

La muerte, compañeros, llega así, sin avisar a veces. Y vas y te mueres. La diferencia entre “nuestra” muerte y la de muchas personas sin hogar suele ser  lo que la rodea. Solos. Sin esquelas de la familia, sin velatorio lleno de amigos o familiares, solos. Su esquela suele ser  una noticia en la prensa local: los servicios sociales hallan el cadáver de una persona sin techo (con suerte, porque a veces ponen vagabundo).

No podemos luchar contra la muerte aunque queramos. Pero si podemos desde el trabajo social acompañar en esa muerte, en las condiciones que decida la persona, en su propia dignidad al final de la vida.  Hay que recoger las últimas voluntades, hay que respetar al vivo, y al muerto, hay que seguir adelante por los que quedan vivos y abrir, en palabras de Alejandro, ese saco de plumas del montañero, liviano y poco voluminoso, y sacar  los éxitos, que nos ayudan a superar la fría noche.

Aunque parezca increíble, ayer también murió Paco. Paco, que hace un año accedió a un piso de housing first. La muerte de Paco estaba anunciada, lo cual no significa que sea menos dolorosa, diríamos que es una muerte “distinta”, digna. Pero muerte.

Angel y Paco han subido el mismo camino, de la mano,  hacia algún lugar donde no necesitan techo.

Dos semanas, tres muertes dolorosas. El día que dejemos de emocionarnos, enfadarnos ante estas situaciones, perder ese halo en la nuca que nos mueve a correr a ver que pasa… aquel día, los muertos seremos los trabajadores sociales.

DEP

P’alante, equipo