By Ramon Julià
Cuando hablamos de inmigración siempre me gusta introducir algunas cuestiones previas para que el lector/a sepa qué tipo de discurso se va a encontrar si decide adentrarse en la lectura de este post. En primer lugar quiero recordar que la inmigración como concepto, como categoría o como objeto de análisis sigue teniendo gran interés en los debates políticos y también en la sociedad en general así como también en el lugar de debate por excelencia en nuestro país (El BAR), pero no lo tienen las personas inmigradas como sujetos que sufren, padecen y tienen obligaciones pero también derechos e incluso (aunque parezca sorprendente) sentimientos.
En segundo lugar me gusta recordar que a mi juicio y a la vista de los posicionamientos políticos cada vez más radicalizados y alejados de la realidad nos encontramos cada vez más cerca de lo que en 1996 Antonio Izquierdo denominó como “la inmigración inesperada” y que 20 años después, todavía parece que no la hemos digerido como sociedad. Por otra parte sigue también muy presente y de actualidad lo que planteó Moreras en 2005 de una forma clara y directa sobre esta cuestión y que nos interpelaba con la siguiente pregunta, ¿Integrados o Interrogados? Es ciertamente difícil integrarse cuando en la sociedad subyace una pregunta que no se verbaliza (o si), muchas veces latente y que se sobreentiende y que se da en gran diversidad de formas y maneras (micro racismos por ejemplo) ¿Y tú qué haces aquí y por qué no estás o te vas a tu país?
En tercer lugar me gusta hablar sobre inmigración pero especialmente de la que yo vivo en mi entorno, con la que yo convivo en mí día a día. No es lo mismo vivir en Lleida que en Barcelona o en Madrid, por lo tanto, yo hablaré de la inmigración que comparte conmigo su vida y con la que me relaciono en muchas de mis actividades cotidianas, porqué son los que son más numerosos y presentes en mi ciudad. En primer lugar la comunidad Rumana, en segundo lugar la comunidad Marroquí, seguido de la Argelina, la comunidad China, la Colombiana y la Senegalesa. Cabe añadir que la suma de todas las personas subsaharianas situarían a este colectivo en tercer lugar en cuanto a número y, por lo tanto, visibilidad.
Dicho esto y partiendo de este posicionamiento quiero hablar de inmigración y de las personas inmigrantes que viven en nuestra sociedad y de los y las trabajadoras sociales y otras profesionales del ámbito social que trabajan, conviven y luchan en el día a día por una sociedad más justa y mejor a pesar de las dificultades, injusticias y desigualdades sociales cada vez más evidentes y profundas que se están consolidando a pasos agigantados con el paso del tiempo.
En los últimos meses oigo cada vez con más frecuencia y más fuerza las quejas y los lamentos de muchos y muchas de mis compañeras/os que trabajan y se dedican al ámbito social desde diferentes entidades y administraciones. El denominador común de todas ellas es ver como la realidad de muchas personas y familias inmigradas se ha convertido en un verdadero drama ante la mirada impasible de la sociedad e incluso ante una mirada de reojo y en ocasiones cargada de odio por una parte de ella.
Los y las profesionales que trabajan en el día a día en albergues, entidades del tercer sector, los que trabajan con jóvenes ex tutelados, entre otros y otras muchas realidades, observan como aumenta en el día a día lo que se ha denominado como los 18+1; término o etiqueta que se utiliza para simplificar una realidad absolutamente dramática de un número nada despreciable de personas que sufren la discriminación, el racismo y la violencia institucional de la noche a la mañana y que se ven empujados al infierno de la irregularidad y de la desprotección social más absoluta con todo lo que esto conlleva para ellos y para la sociedad (de acogida).
Los que trabajan con menores y niños y niñas no acompañadas, etiquetados como (MENAS) para suavizar, simplificar , esconder y limpiar las conciencias más pueriles; también observan como la sociedad está dividida entre aquellos que intentan trabajar, defender y garantizar los derechos y la atención de estos y estas menores y los que los menosprecian, los acusan y los repatriarían y expulsarían de un plumazo, sin escrúpulos y por supuesto sin un atisbo de compasión ni de intentar conocer o comprender los motivos más profundos que les ha llevado a iniciar este proceso migratorio tan doloroso, y por supuesto, sin querer conocer las consecuencias que conlleva para ellos y sus familias.
Estas profesionales observan como cada vez es más difícil conseguir los objetivos para los que se les ha contratado debido al aumento de la precariedad de vida de muchas personas, la disminución de recursos, el aumento de trámites burocráticos, incremento de requisitos, así como el aumento del tiempo de espera para realizar algunos trámites o la consecución de visitas o de citas en diferentes administraciones. Las profesionales que trabajan con personas solicitantes de asilo y refugio son algunas de las que observan este deterioro y empeoramiento de la situación en su día a día y así observan cómo se desbordan las demandas, los recursos escasean y las personas e incluso familias enteras acaban sufriendo en la calle ante la mirada impasible de gran parte de la sociedad.
Otras compañeras ven como la irregularidad aumenta progresivamente para muchas personas y de múltiples formas, siendo una de ellas y quizás la más dramática, el paso de la regularidad a la pérdida de esta por no haber podido renovar la necesaria pero maldita documentación. Desde las entidades sociales y desde los servicios sociales se observa un aumento de personas en esta situación y como se convierten en muchos casos en personas o familias enteras en situación de máxima vulnerabilidad y de dependencia y cronicidad en los servicios. Todo esto ante una sensación de impotencia por parte de todos y cada una de las personas que se ven inmersas en esta situación y su posible intervención y búsqueda de salidas.
Me hablan de albergues saturados, de comedores sociales desbordados, de refugios nocturnos repletos y en todos ellos las personas y familias inmigrantes son las protagonistas. Me explican que los hoteles, hostales y/o cualquier habitáculo susceptible de acoger a personas o familias enteras es susceptible de ser alquilado y, por lo tanto, un próspero y miserable negocio.
Otros me hablan de una alarmante e indigna segregación escolar que los políticos se encargan rápidamente de justificar por cuestiones administrativas o burocráticas o incluso ejerciendo el negacionismo, que también da sus frutos en política pero que ya nadie se las puede creer. Otros hablan de segregación espacial, es decir de barrios que asumen y acogen de forma más que intensa y numerosa a gran parte de esta población que no pasa precisamente por su mejor momento. Algunos de estos barrios acaban también estigmatizados y etiquetados como peligrosos e inseguros y, por lo tanto, generando un distanciamiento entre inmigrantes y autóctonos. Detrás de esta realidad también encontramos a profesionales del ámbito social, liderando proyectos comunitarios y de intervención social para subsanar e intentar revertir situaciones que son realmente difíciles de cambiar sin voluntad política real.
Llega la primavera y con ella se pondrá otra vez en marcha la maquinaria del trabajo agrícola y con ella el inicio de un engranaje que moviliza a miles de personas temporeras en nuestra provincia, básicamente inmigrantes que desfilan por todo el levante de la Península a la búsqueda de un contrato que les ayude a sobrevivir un año más en este duro mundo que les ha tocado vivir. Muchos lo harán con garantías, con expectativas reales y con un contrato bajo el brazo, pero para otros muchos no será de esta manera. Llegarán los asentamientos, los campamentos, la precariedad y la penosidad laboral, el abuso y la explotación, y tras esta realidad, que se repite año tras año en cada zona del estado con producción agrícola, estarán muchas profesionales compañeras nuestras atendiendo y sosteniendo esta cruda realidad que los políticos no tienen ningún interés en resolver de verdad, desde la corresponsabilidad y más allá del ámbito social, que poco puede hacer sino parchear necesidades sin resolver ninguna de ellas y ejerciendo, a mi entender y a menudo, de cómplice acrítico conocedor de la realidad.
Lo más llamativo es que ante esta situación alarmante y acuciante, nadie levanta la voz para denunciar nada de lo que aquí escribo, más bien al contrario, se tiende a normalizar cada vez más todas estas situaciones, minimizándoles, reduciéndolas a pura anécdota o simplemente ignorándolas.
No podemos olvidar que la última regularización extraordinaria (normalización la llamaron) que se produjo en nuestro país fue en el año 2005 y desde entonces han pasado 15 años. Años de crisis, años de sufrimiento para muchas familias pero no olvidemos que muchas de ellas y especialmente al inicio de la crisis fueron las familias inmigrantes con hijos e hijas que también formaban y forman parte de nuestra sociedad las que más sufrieron en silencio. Puede que quizás sea el momento de plantearse una nueva regularización que saque de la desesperación a miles de personas que lo que quieren es tener una vida más digna trabajando y aportando a nuestro país savia nueva, joven y con ganas de trabajar en aquello que los autóctonos no tienen ganas.
De qué sirve alargar la agonía de miles de personas en situación de irregularidad sin poder trabajar ni tener una vida digna y que en muchos casos se convierten en usuarios de todo tipo de instituciones y entidades que invierten grandes cantidades de dinero en programas puramente benéficos y asistenciales (ropa, comida, alojamiento) y los acaban usuarizando y convirtiendo en dependientes de estos servicios. ¿De qué sirve tenerlos castigados durante tres años vendiendo CD,s. haciendo trabajos esporádicos sin contrato, viviendo en un albergue, haciendo colas para recoger alimentos?
La única respuesta que se me ocurre es que alguien se beneficia de toda esta pobreza, de esta miseria, de esta necesidad, de esta impotencia, de esta desesperación y por lo tanto, para mi es muy duro ver las imágenes de las personas refugiadas en Grecia, es muy duro escuchar y ver a diario la muerte de personas en el Mediterráneo, pero también es muy duro silenciar e ignorar la realidad del día a día de lo que sucede en nuestro país y que los y las profesionales se encuentran en su día a día sin que nadie les apoye, les escuche y les anime a continuar para que ellas también puedan animar a continuar a estas personas.
En el año 2006 nació en Catalunya el “Consens Social sobre migracions” impulsado por entidades del tercer sector y que contribuyó a la creación de los Planes de ciudadanía y de las migraciones actuales. Es interesante ver como en el último plan se habla de “interculturalidad” pero ¿es posible la interculturalidad en un contexto como el que acabo de describir? A mi juicio difícilmente se podrá conseguir este objetivo si no conseguimos unos mínimos de dignificación de la vida de muchas de estas personas y familias y de sus condiciones de vida más elementales y básicas.
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