Preparando una maravillosa jornada en la Universitat de Barcelona, de la mano de Virginia Matulic y Jordi Méndez, conocí a David Vázquez, un educador social que también escribe libros sobre personas sin hogar y con el que iba a compartir mesa en una jornada sobre sinhogarismo. En ese momento pensé:
- Ohh! ¿por qué no lo he descubierto antes? – y corrí a comprar su libro, “la Mirada horizontal”, justo para ver si estábamos alineados el trabajo y la educación social en este ámbito fascinante y complejo.
Sin embargo, solo con leer el título ya me sugería que podría ser buena pareja para Maranyosa 12, y era un libro de relatos, así que pintaba de esas obras que te meriendas con una cañita en dos tardes.
Cuando me llegó “su mirada” me sorprendió por ser un librito pequeño, que también huele a café y chocolate, como Maranyosa 12, y como no podía ser de otra forma, tiene 101 páginas (el 1 siempre, siempre me trae buena suerte, sea 1, 11, 101, o que se yo, será cosa de los ángeles, como dice mi amiga Aida)
El libro de David tiene las mismas pretensiones que Maranyosa 12: llegar a lo más profundo de sus lectores y dar voz a sus protagonistas: las personas sin hogar. Y lo consigue con un lenguaje fácil y unos títulos ligeros pero llenos de historias que contar. Así, vamos transitando por las calles, por centros de acogida, por camas calientes, un diagnóstico de resaca o el Corte inglés. El dilema Avelino, la calle y el rock’n roll o un chico que lo tenía todo: ciego, sordo y mudo (si vives en la calle y tienes todo eso, no sé yo…ejem)
David nos pone contra la pared en distintas ocasiones, y empieza explicando esa mirada horizontal, que no es otra que la hay entre uno mismo y el otro, que se limita a un movimiento de cuello, porque solo es un punto de vista. Esa mirada simétrica que respeta la distancia. Esa que explica que yo y el otro somos “nosotros”. Sigue con reflexiones que comparto hasta la muerte, como que los bancos de alimentos y comedores sociales acaban generando estrés a las personas que no tienen más remedio que usarlos, y como la sociedad y su estructura expulsa cada vez a más personas al océano en barcos llenos de vías de agua, que no pueden seguir navegando, pero tampoco acaban de hundirse.
En distintos momentos interpela a los y las profesionales que acompañan a personas, con títulos como: ¿Educadores o vigilantes? Ejem. También en Maranyosa se sacude a estos tipos (y tipas) que ejercen las profesiones sociales como si estuviesen rodando “La vida de Bruce Lee”… veamos el principio de la boda entre ambos libros con este asunto:
El ex camarero 1 se pregunta si hace bien su trabajo, si podría hacer más, si lo que hace es realmente educación social y, a veces, se pregunta si puede ser que lo que le encargan son funciones de controlador de accesos o directamente de «segurata». También en el trabajo social hay ocasiones en las que nos encargan ser policía social, tampoco nos vamos ahora a alarmar por eso… ¿no?
En distintos momentos, los personajes de David nos llevan a la idea de la vulnerabilidad, la de los profesionales y de las personas que acompañamos. Y de la necesidad de encontrarnos cara a cara con nuestra propia vulnerabilidad para poder descubrir la del otro, ese es el peaje que debemos pagar para ser profesionales creíbles. Bueno, uno de ellos, ya que otros peajes son los que tienen que ver con preguntarnos cómo escuchamos al otro, cómo nos despistamos, cómo nos desborda a veces la realidad y cómo demostramos que somos humanos y no robots. Solo los y las profesionales creíbles se acercan al otro/a sin miedo, porque saben que se van a encontrar. Otra muestra de credibilidad es la que surge de la “presencia ligera”, la de amor y límites fundados, de profesionales soñadores, utópicos, incansables y que no dimiten del deseo de acompañar. Esos profesionales son los que describe Abdel, uno de los protas del libro, un chaval que ha conocido a centenares de educadores en sus idas y venidas de centros de acogida: sabe reconocer a los que trabajan desde el corazón y transmiten porque se lo creen de los que trabajan por dinero. ¡y se queda tan ancho! y con toda la razón del mundo, por supuesto…
Más adelante nos encontramos con el miedo de personas a debutar en la calle, y como el icono de la persona sin hogar: con barba, carrito lleno de cachivaches -que en realidad es su vida-, brik de Don Simón y de edad avanzada se ha transformado en jóvenes, mujeres, trabajadores pobres, y casuísticas tan cambiantes como los nombres que se les otorgan: de indigentes a transeúntes, a sintecho, a persona sin hogar. Ahí radica el quid de la cuestión: al incorporar la palabra persona es cuando vemos la evidencia de la carencia fundamental: el derecho a un hogar.
El capítulo titulado ¿Quiere? ¿puede? ¿sabe? -me dio risa al leer el título, al transportarme a @Wizproblema2 (si no lo conoces, ¡síguelo en Instagram y morirás de risa!) que imitando a personas de distintos orígenes dice a menudo…. “Si quiere, si puede, si tiene…” – nos enseña estas tres preguntas básicas para convertir a la persona en protagonista de su propio proceso, sin substituirlo… y si nos podemos reír con él o ella, pues mucho mejor que llorar en soledad ¿no?
Me ha llegado al alma el capítulo sobre el perfil fronterizo, sobre esas personas que no son ni de aquí ni de allá, en situaciones extremas, que están ausentes, pero impactan. Esas personas que cuando tienen la edad no tienen los papeles, y cuando los tienen ya son viejos o crónicos o irrecuperables, que algunos dicen que “deberían volver allá o no deberían estar aquí”, como si de una mercancía se tratara. En fin, cuánta razón tiene David.
A lo largo de la obra se cuestiona el sistema y se critica la precarización de la profesión, que en centros de menores y jóvenes se ve de forma evidente, cuando la mano de obra alternativa se hace con las riendas, más barata, más inadecuada para acompañar procesos complejos. Dice David que “la empresa gana, los jóvenes pierden”. Cuando las personas pasan a ser la materia prima de un negocio y no las protagonistas está claro que todos (profesionales y personas atendidas) tenemos un problema ¿no?
Y llego al capítulo final, que se titula “pirómanos en el iglú”. Esto es como ponerle el anillo a la novia, o al novio, si compartimos iglú ya somos marido y mujer. O marido y marido. O mujer o mujer. O lo que quieras que seamos, que más da.
En la jornada en la Universitat de Barcelona del pasado día 4 de diciembre hablamos, reflexionamos y le dimos vueltas a la vida y a la muerte, a las profesiones sociales (tan cerca y a veces, tan lejos…) a los miedos, a las personas, a los derechos, a los deberes, a la ética, a la constancia, a la paciencia en los procesos que se cuecen a fuego lento. En definitiva, a la pasión por acompañar a las personas que son, sin lugar a duda, la esencia del trabajo y de la educación social.
Gracias David, por tu mirada horizontal, gracias, Virginia y Jordi, por hacer posible esta boda entre el trabajo y la educación social, alineadas en la misma dirección, como no debería ser de otro modo.
¡Que vivan los novios!
Puedes comprar ambos libros y unirlos en (profano) matrimonio, por Navidad, en tu casa 😊o en la de tu madre, o la del “cuñao” –que falta seguro que le hace, ejem…-
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