Por aclamación popular, hemos traducido esta entrada de HERMINIA VICENTE, cocinada a fuego lento, al castellano para poder ser degustada por nuestr@s colegas de fuera de Catalunya. Esperamos que lo disfruteis.

 

Aparte de un posible origen común, que podría situarlos en el continente americano, aunque con muchos años de diferencia, tanto el chocolate como el trabajo social se han expandido a diferentes velocidades por todo el mundo.

Pero hay otro aspecto mucho más importante que los relaciona y es que los procesos sociales y la elaboración de un buen chocolate necesitan tiempo; se han de elaborar poco a poco si queremos disfrutar de sus prodigiosos efectos. No hemos de olvidar que el trabajo social y el chocolate producen bienestar en las personas.

Y resulta muy importante que la manera de elaborar el chocolate y la actuación del trabajador social, recuperen su visión más artesana, poniendo los cinco sentidos para huir de los estereotipos y crear algo único e innovador.

El trabajo social individual es como una caja de bombones, todos diferentes, elaborados con una mezcla de los ingredientes que tiene más a mano, con una gran variedad de colores, sabores y texturas, todo para adaptarse, como una traje hecho a medida, a la situación de cada persona, pero sin perder su esencia, su materia prima.

El trabajo social de grupos es como la tableta de chocolate, entendida ésta como el objeto de la intervención; nuestra función consiste en conseguir que la persona sea capaz de coger la porción necesaria para encontrar mejora y sentirse satisfecho, dejando que el resto del grupo pueda también disfrutar de sus beneficios; no importa cuánto tarden en coger el primer trozo, ni el tiempo que necesiten para saborearlo … será suficiente con que estiren la mano en el momento que se encuentren preparados y seguros.

Y por último el trabajo social comunitario podría ser como el chocolate deshecho; su proceso lento, elaborado de manera artesana, poco a poco, para darle textura y conseguir una consistencia y cohesión, como el trabajo que hacemos con las entidades de la comunidad para la que trabajamos con la finalidad de crear una red sólida en la que apoyarnos. Y lo mejor de todo es cuando el chocolate, una vez acabado de hacer y aún caliente, se comparte entre todos como muestra del trabajo y del esfuerzo común.

El chocolate, considerado bebida de Dioses, agudiza nuestros sentidos, nos estimula a la vez que nos apacigua; favorece la cohesión y sociabilidad, se funde con facilidad con los ingredientes

de los lugares por donde se ha expandido, se adapta a los nuevos tiempos renovándose para conseguir llegar al máximo público posible. No hemos de olvidar que la costumbre de tomar chocolate y celebrar  “chocolatadas, está asociada a acontecimientos y reuniones sociales.

El trabajo social “empodera” y también calma dando consuelo en los momentos difíciles; innova para dar respuestas nuevas a nuevas realidades; se relaciona y crea redes con las entidades del entorno y, como pasa con el chocolate, nos gusta estar presentes en todos los actos sociales.

El chocolate y el trabajo social son un regalo delicado y de mucho valor, necesitan de un trato y una cura especial; sufren bajo presión y los cambios bruscos, y sus efectos positivos llegan mejor cuando se mantienen en un ambiente estable y confortable; pero corren el riesgo de ser adulterados cuando nos dejamos influenciar y perdemos de vista los orígenes y señas de identidad.