Estos últimos días estamos asistiendo a un espectáculo (o un circo, depende de cómo se mire), que pone al Trabajo social y a los/las trabajadores sociales en el punto de mira.
ES UNA BUENA OCASIÓN PARA HABLAR DE TRABAJO SOCIAL Y PORQUÉ NO, YA PUESTOS, DE HACER UN POCO DE AUTOCRITICA.
El punto de partida del debate es muy simple pero esconde una realidad muy compleja que de alguna manera forma parte intrínseca de nuestra profesión. ¿Para qué sirve el trabajo social?
El hecho se resume en que un grupo de personas que se identifican como miembros de un movimiento social realizan escraches a los trabajadores/as sociales de los Servicios sociales municipales. Este hecho, que se lleva repitiendo desde hace unos meses, ha llevado a que el ayuntamiento de Lleida elabore un protocolo de intervención para estos casos, evitando así que los y las profesionales sean acosados e intimidados.
El protocolo pretende, simplemente, evitar que las visitas individualizadas se conviertan en un campo de batalla entre el profesional y la persona atendida y sus acompañantes, que intimidan, amenazan y/o agreden verbalmente al o la profesional de turno.noticia
Desde los movimientos sociales este protocolo se ve como un recorte de los derechos de las personas usuarias de los Servicios sociales, alegando que estas personas son en muchas ocasiones ignorantes, y no conocedoras de sus derechos. En última instancia se cuestiona claramente que los y las trabajadores sociales no realizan adecuadamente su función ya que son incompetentes, no informan, y no apoyan a las personas en el uso de sus derechos, como por ejemplo en la aplicación de la ley 24/2015 del 29 de julio, de medidas urgentes para afrontar la pobreza energética, que a mi entender, es el origen de todo esto. noticia
En medio de todo este lio el Colegio profesional de trabajo social realizó una defensa tibia de los profesionales y, en mi opinión, una defensa más contundente de estos movimientos sociales. Realmente, un poco esperpéntico, por decirlo de alguna manera. Posteriormente, el colegio rectificó su nota de prensa alegando que los movimientos sociales debían evitar el uso de violencia hacia los profesionales.nota de prensa
Dicho todo esto, ¿Cuál es el problema?
A mi entender, es el trabajo social en sí mismo. ¿Cuál es la misión del trabajo social? Pues desde el punto de vista teórico está claro, trabajar por la autonomía y el desarrollo de las potencialidades de las personas que por circunstancias diversas se encuentran ante una realidad que le impide afrontar sus problemas de una forma autónoma. Pero aunque parezca mentira la realidad nos dice que esta premisa puede ser muy diferente dependiendo de quién y cómo se lleve a cabo. Si se realiza desde la administración nos encontramos con condicionantes políticos, económicos, organizativos y de modelo que se quiera implementar. Si se realiza desde el tercer sector los condicionantes pueden ser de otra índole, como por ejemplo, estar sometido al cumplimiento de ciertos requisitos para poder cobrar y justificar subvenciones que alejen a la entidad de sus principios o su misión entre otros aspectos. Pero también depende de las personas concretas que deben ejecutar su trabajo como profesionales del trabajo social. Y es aquí donde encontramos profesionales maravillosos que se dejan la piel en el día a día trabajando con rigurosidad, con modelos de intervención claros y muy definidos, con metodologías elaboradas y con vocación de transformar el mundo y ayudar realmente a las personas, pero también encontramos profesionales que abrazan el funcionalismo, el reformismo basado en el asistencialismo, que no creen en el usuario y no confían en sus capacidades y potencialidades. Lamentablemente estos también existen, aunque creo también que son una minoría.(existen también buenos y malos médicos, buenos y malos maestros….)
Pues bien, por lo que se deduce de los comentarios, argumentos y reflexiones que he ido recogiendo, estos movimientos sociales consideran que los trabajadores/as sociales de los servicios sociales son de esta segunda categoría. Dicen que no ayudan a sus usuarios y que no los empoderan. En última instancia se sitúan en una visión radical y marxista del trabajo social y de los trabajadores/as sociales, afirmando que los servicios sociales no son más que legitimadores y perpetuadores de la pobreza y la desigualdad. Son simplemente un instrumento para mantener el statu quo. En cambio, ellos sí creen que lo que hacen empodera a sus camaradas. Ellos quieren una transformación del mundo y un cambio profundo que acabe con la desigualdad y la injusticia social cortando por lo sano, haciendo escraches si es necesario, pero olvidando y obviando que también ellos sitúan a estas mismas personas en un rol victimista, y actuando con un paternalismo rancio consideran que deben acompañarles en su cruzada personal ya que por sí mismos son incapaces de tomar decisiones o gestionar un conflicto (incluyendo como como conflicto, la relación que mantienen con su profesional de referencia que además es el que tiene la competencia para poderles ayudar). Se puede ver como los extremos se aproximan siempre más de lo que pensamos o deseamos.
Los trabajadores/as sociales de los servicios sociales también pueden pensar que todos los miembros de los movimientos sociales son violentos ( cosa totalmente incorrecta) , pero esto sería caer en el mismo error de estas personas que realizan los escraches de forma gratuita y basada en un posicionamiento puramente ideológico y/o político muy alejado de la realidad social actual.
Como muy bien decían varias compañeras en escritos a la prensa (ver cartas al director en periódico Segre día 05 y 09-02-2017), el trabajo social existe hace muchos años y ha estado al lado de todas estas personas en los momentos más duros de la crisis apoyando y conteniendo muchos conflictos derivados de la misma y seguramente evitando que muchas personas entraran en situaciones todavía de mayor vulnerabilidad o exclusión social. Así mismo, el trabajo social se debe a las personas, a sus derechos, pero debe tener también la dignidad para defender sus propios derechos (laborales y humanos) y no permitir acciones de este tipo, que perjudican a las personas usuarias, a la relación profesional y a los y las profesionales en su esencia, es decir, como personas.
Todos somos responsables de nuestros actos y por lo tanto sabemos cuándo estamos actuando de forma correcta, honesta y ética y cuando estamos actuando dejándonos llevar por intereses personales, ideológicos o políticos. Creo que las personas que realizan estas acciones (escraches) no son honestas y no buscan el bien de las personas atendidas, sino un interés personal y privado. Por otra parte creo en el trabajo social y en las personas que lo ejercen y, por lo tanto, creo en su ética y honestidad, porqué lo nuestro es una profesión reconocida, es una disciplina, existen estudios de grado universitarios reconocidos y tenemos un código deontológico como otros profesionales a los que a nadie se le ocurre poner en duda a pesar de la crisis y los recortes, y además añado que si algún profesional se ha dejado llevar por la comodidad, como dice Pedro Celiméndiz en su última entrada en su blog “sobre el poder” http://tribulacioneschino.blogspot.com.es/ y se ha identificado con la segunda categoría de trabajador/a social, tendrá que reflexionar y ponerse las pilas inmediatamente para no dar argumentos a estas personas, que bajo el nombre de los movimientos sociales, buscan el conflicto permanente y ensucian nuestra profesión y nuestra reputación.
Es pot dir més alt però no més clar!
Molt ben fet l’escrit i totalment d’acord. Ho podrieu pasar a la prensa local per continuar mantenint l’estat d’opinió cal continuar recolçant el col.lectiu que això no ha acabat.
Felicitats !!
El moment que vivim pot esdevenir cahòtic, sabem quin és l’objecte i l’objectiu del treball social, les notres funcions i la del treball social amb persones, famílies, grups i comunitats. Podem crèixer i millorar, però no podem confondre la tasca professional amb un tot ho farem i assumirem.
A vuelapluma se me ocurren dos cosas:
1.- ¿DEFENDER LOS SERVICIOS PÚBLICOS ATACÁNDOLOS?: Sorprende que algunos colectivos tan legitimados en la lucha social como las PAH arremetan contra los servicios públicos. Resulta, en mi opinión, inadmisible y hay que reaccionar ante ello. Los recortes, la corrupción política, el latrocinio de lo público… etc. tienen responsables (personas e instituciones) y desvelar quiénes son, señalarlos y exigirles responsabilidades en sus caras y en las fachadas de las instituciones que ocupan es tan lícito como democráticamente oportuno. Pero atacar a los servicios públicos y a quienes trabajan en ellos me recuerda -no puedo evitarlo- a aquella Kale Borroka que quemaba autobuses de todos los vascos y vascas. Si tenían alguna razón en su protesta (cosa en la que no entro) la perdieron cuando se ciscaron en los esfuerzos fiscales de la ciudadanía vasca y en sus servicios públicos. Exigir a los poderes públicos respuestas ante las violaciones de derechos económicos, sociales y culturales acrecentadas con la crisis es un carro al que me subo, o mejor, me apunto a tirar de ese carro. Pero protestar por el IVA cultural quemando teatros o suspendiendo funciones es confundir -con perdón- el culo con las témporas (la sienes, o sea la cabeza). Reventar una consulta de cirugía o de atención primaria en salud porque la lista de espera me puede matar es errar sin distinguir bien la velocidad y el tocino.
Respecto al caso concreto, no son pocos los servicios públicos (municipales o autonómicos) que se han visto dificultados y -en ocasiones- acosados por la PAH. Su valor social indiscutible estribó en poner de manifiesto la locura de los desahucios denunciando la situación y señalando a los culpables (aplausos). Pero hay que saber cuando frenar para no errar el tiro. Una vez que los servicios públicos intentan atender a los ciudadanos, bien está exigir que mejoren y que funcionen bien… pero defendiéndolos y no atacándolos. Y de ahí no me apeo.
2.- SOBRE EL EJERCICIO PROFESIONAL DEL TRABAJO SOCIAL. No me entretendré en la dificultad de conciliar los aspectos deontológicos con las estrategias de las instituciones en las que desarrollamos nuestro trabajo. En mi escala de valores los primeros están por encima de las segundas y si tengo dudas al respecto acudo a mi colegio profesional en busca de consejo y -si fuera preciso- de amparo. Eso es parte del paisaje para multitud de profesiones.
La atención que dispensamos a las personas debe realizarse en unas condiciones mínimas de seguridad y de no coacción. La idea del usuario acompañado por “valedores” vecinales para hablar con el TS de turno es insostenible. La entrevista se desarrollará en un ambiente nada propicio y no tendrá sentido alguno. Denota además por parte de los “valedores” una idea de “minoría de edad” del afectado como si requiriese de tutela… que se adscribe al paternalismo más rancio contra el que debe luchas precisamente el trabajo social. Además la necesaria confidencialidad se verá violada. En esas condiciones, señores míos, no se ejercer el Trabajo Social. Y si la atención se dispensa y es “mala” o el usuario se siente maltratado, el obvio que deben existir los cauces oportunos de reclamación como en cualquier servicio (público o privado). Nuestra obligación como profesionales es REFLEXIONAR de manera permanente sobre estas cosas y hacerlo siempre lo mejor posible.
La respuesta exigible a la institución es obvia: cumplir la obligación de defensa de los empleados (públicos en este caso) para que puedan desempeñar sus funciones.
La respuesta colegial debe ser contundente. Defensa personal hacia los profesionales. Exigencia también de que su trabajo pueda desarrollarse en las debidas condiciones, exigencia de mejora de los servicios e indicación a los agresores de que en su énfasis cargado de razones han confundido el blanco de sus iras…