“Si usted es de los que piensa que un robot difícilmente puede sustituirle en su trabajo, quizás este artículo le muestre que está equivocado”. Así empezó Adrià Morron, economista de Caixabank Research, su artículo publicado en el año 2016 sobre la Cuarta Revolución Industrial[1]. En él, analiza el posible impacto de la llamada revolución digital en España, concluyendo que un 43% de los puestos de trabajo existentes en España tienen un riesgo elevado[2] de poder ser automatizados a medio plazo. Y es que, sin ser muy conscientes, nos encontramos inmersos en un proceso que está cambiando las formas de producción industrial y de servicios, y al mismo tiempo, transformando nuestro mercado de trabajo y sociedad. Es evidente que las nuevas tecnologías “digitales” nos aportan y nos aportarán mucho en el futuro, pero tenemos que estar atentos a las repercusiones de su despliegue. Nos hemos acostumbrado a ver como los cambios económicos van acompañados de un aumento de las desigualdades y del incremento de las situaciones de pobreza y de exclusión social. Es por ello que el Trabajo Social, se encuentra en la primera línea de fuego de las posibles consecuencias de cualquier proceso que pueda tener un impacto en el mercado de trabajo.
Pero, ¿qué es lo que está cambiando? Principalmente, que la tecnología ha logrado ir más allá de la automatización de las tareas repetitivas y es capaz de automatizar tareas cualificadas; ahora la tecnología es capaz de aprender y de tomar decisiones. La inteligencia artificial, los robots autónomos, la impresión 3D, el big data, el internet de las cosas, la realidad aumentada, …, son tecnologías que permiten la conectividad entre sistemas y conforman una nueva forma de interacción humana con las máquinas. Algunos ejemplos de estos cambios están en las nuevas industrias automovilísticas, los almacenes automatizados, los vehículos autónomos, los sistemas automatizados de atención al cliente, los robots recolectores de frutos o los robots de diagnóstico médico.
Como apunta el historiador Yuval Noah Harari en su libro “21 lecciones para el siglo XXI”, no se trata sólo de un avance producido como consecuencia de tener unas máquinas más potentes. Harari afirma que buena parte de los cambios están impulsados por avances en las ciencias sociales y de la vida, relacionados con el hecho de comprender mejor los mecanismos bioquímicos que hay detrás de las emociones, los deseos y las elecciones humanas, o sea, del comportamiento humano, con el objetivo de poder predecir las decisiones “humanas” ante determinadas situaciones; esto es lo que permite la sustitución laboral de humanos por robots “inteligentes”.
Pero los cambios de la revolución digital no sólo tienen que ver con los robots y con la biotecnología, sino que tienen que ver también con la forma en cómo se está organizando el trabajo. Un ejemplo claro es el llamado trabajo en plataformas, como lo son Uber, Glover o Deliveroo, por ejemplo. Adrià Todolí, profesor e investigador en Derecho del Trabajo en la Universidad de Valencia, explica[3] que “la tecnología ha permitido establecer nuevas formas de interacción entre quien necesita un trabajo y quien está dispuesto a realizarlo. No son sectores productivos nuevos, porque las empresas se dedican a actividades clásicas -reparto de comida a domicilio, sector de la limpieza, trasporte de pasajeros, …-. Lo que cambia es la forma de estructurar el negocio gracias a la tecnología”. Desgraciadamente, son ampliamente conocidas las condiciones de precariedad laboral que rodean la implantación de estas plataformas -donde predomina la figura del falso autónomo-, los vacíos de regulación legal en la que se encuentran y las dificultades de las personas que trabajan para organizarse y defender sus derechos laborales.
Aparte de eso, las actuales tecnologías facilitan también un proceso de sustitución de la producción realizada mediante personal asalariado por la producción realizada por el propio consumidor. Nos hemos acostumbrado a comprar e imprimir nosotros mismos los billetes de avión, trabajo que antes se realizaba en las agencias de viajes, o a hacer nosotros mismos la cuenta y pago en el supermercado, trabajo que ha estado realizando habitualmente el personal de caja, o a hacer nosotros mismos las operaciones financieras que realizaban antes las personas empleadas de bancos y cajas. Podemos hablar de la comodidad de hacer las cosas desde casa, o de que la tecnología acerca los servicios a muchas personas que viven alejadas de los núcleos urbanos, pero la realidad es que cada vez ocupamos más tiempo haciendo tareas que antes realizaban personas contratadas, y lo hacemos gratuitamente para muchas empresas y corporaciones que obtienen grandes beneficios. Incluso, para algunas -como Google, Facebook, …- nos hemos convertido en productores y al mismo tiempo, en el propio producto.
Y es importante situar todo este proceso dentro de la lógica neoliberal que impera: el libre mercado, la desregulación financiera, el dominio de las grandes corporaciones, el abandono del sector público, el “todo vale” en la búsqueda de la máxima productividad, la precariedad laboral, … El neoliberalismo ha sido hábil para hacernos creer que no existe un modelo económico viable alternativo, mientras la ciudadanía es espectadora de estos cambios de forma pasiva, pero a la vez siendo unos partícipes activos. El lingüista, científico y filósofo Noam Chomsky, ha descrito la reacción de la ciudadanía ante la situación social actual como una mezcla de enojo, miedo y escapismo[4]. Estamos viendo con preocupación como este descontento, esta crispación profunda, está alimentando los discursos de odio y los populismos, siempre peligrosos, haciéndose evidente que la verdadera crisis es el modelo.
Así entonces, se están produciendo una serie de avances tecnológicos que directa o indirectamente, transformarán en un plazo por determinar, un buen número de empleos del mercado de trabajo. Habrá que vislumbrar cuáles son las transformaciones que se puedan producir en el Trabajo Social y en la intervención social. Pero, sobre todo, se nos despiertan incógnitas que tienen que ver con si realmente nos encontramos en un proceso diferente a las anteriores revoluciones industriales, si estamos ante unos cambios disruptivos y se encuentra en peligro el factor trabajo remunerado como eje del engranaje social. De ahí todo el debate surgido sobre la necesidad futura del establecimiento de las Rentas Básicas Universales, o de qué forma el trabajo robotizado podrá sostener el Estado de Bienestar.
Sea cual sea el resultado de esta transformación, podemos intuir que no será una transición fácil y que puede generar un buen número de personas trabajadoras damnificadas, ya sea por la pérdida del puesto de trabajo o bien, por la transformación de éste. Siempre son las mismas espaldas las que cargan con los cambios; tenemos aún vigentes las consecuencias de la última crisis, muy presente para muchas personas y para quienes prestamos todo tipo de servicios sociales. Las bolsas de paro cronificado, la reducción evidente de la calidad del empleo, la certeza de que trabajar no garantiza el encontrarse fuera de la pobreza, …, son muestra de una recuperación económica en falso. Con lo que estamos viendo y con todo lo que hemos pasado estos últimos años, sería una sorpresa que el “sistema” fuera capaz de articular una respuesta socialmente responsable ante la revolución digital, que vaya más allá de la preocupación por la productividad y los beneficios empresariales.
En un mundo que gira a alta velocidad, la humanidad está abocada a abordar una serie de retos ineludibles, y uno es éste que estamos tratando. Las tecnologías de la revolución digital nos tienen que facilitar el tener una vida mejor, liberar a los humanos de los trabajos más pesados, así como complementarnos allí donde no podemos llegar. El progreso tecnológico debe ser algo positivo para la condición humana, pero a estas alturas, amenaza también con ser un generador de un mundo más desigual e injusto. Si nos encontramos ante una transformación que no tiene freno, se hace necesario gestionar una transición ética y socialmente responsable. Debemos de ser capaces de algo más que ver pasar todos estos cambios ante nosotros; y la disciplina del Trabajo Social, como instrumento de transformación social, tiene mucho que decir y hacer al respecto. Tomemos conciencia y luchemos para conseguir que no quede relegado el verdadero progreso social y humano.
[1] MORRÓN, A. (2016). «¿Llegará la Cuarta Revolución Industrial a España?». Informe Mensual de CaixaBank núm. 398, pp. 36-37. Disponible en internet: http://www.caixabankresearch.com/llegara-la-cuarta-revolucion-industrial-a-espana-d3
[2] Mayor al 66% de posibilidad de automatización.
[3] En su artículo publicado en La Vanguardia, con fecha 28/10/2018. Disponible en internet: https://www.lavanguardia.com/politica/el-mundo-de-manana/20181022/452417044186/el-trabajo-en-la-plataforma.html
[4] En la entrevista realizada a Noam Chomsky por Babelia de El País, con fecha 10/3/2018. Disponible en internet: https://elpais.com/cultura/2018/03/06/babelia/1520352987_936609.html
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