Cada año con la llegada del frio invierno de Lleida siento la necesidad de escribir un post. Así, viendo la lluvia de la calle, con un café, releo algunos posts anteriores como el del pijama escrito el invierno pasado,  y me reafirmo en la necesidad de visibilizar a las personas sin hogar y con ellas, a los y las trabajadoras sociales y otros profesionales sociales que les acompañamos en el día a día.

Las personas sin hogar que vienen a dormir a los dispositivos de urgencia llevan su vida en una bolsa, decíamos en el post mencionado. Cierto, pero también como recoge el post, hay dignidad auto cosechada, como ponerte un pijama de hospital, elegante, unas zapatillas, y con la cara bien alta, acostarte en una fría hamaca.

Hace unas semanas que los medios de comunicación de Lleida señalan nuestro trabajo. Interpelan la capacidad de respuesta de un equipo que lo da todo cada día con los medios que tiene y evita que nadie se quede sin atención en este momento de crisis por la Covid19 añadido al frio de nuestra ciudad.  Se habla de “tickets” que no se han “hecho” para poder dormir en un pabellón, se habla de “asistencia social”. En definitiva, se desacredita el trabajo profesional que hay detrás y dentro de un iglú. Podemos afirmar que el socorro de los pobres del S. XVI, las inclusas, nuestra Señora del Refugio y Piedad y las Juntas municipales de Beneficencia que se reúnen para ver quien merece el “tícket”, afortunadamente, han pasado a mejor vida. RIP. Chimpum. El pabellón iglú – del Monte de Piedad y pobres vergonzantes de la buena dicha- no funciona así, siento tener que contradecirles.

En el post https://agorats.com/quan-lestrella-de-betlem-sestavella/ recordábamos la Navidad y como nuestro equipo de servicios sociales (las UES sociales, valientes, responsables y motivadas) es capaz de montar recursos “hoy” en 3,2,1 y abrir “ayer”. Por las personas. Por, al menos, dar un poco de calor cuando más en riesgo te pones, a cero grados y bajo la humedad de la niebla de Lleida. Y así seguimos, año tras año, improvisando recursos pero aumentando nuestra capacidad de, al margen de la calidad de los mismos, dándolo todo como profesionales.

Por este motivo voy a explicar qué hace nuestro equipo de inclusión social, cada día, sin parar, dentro, fuera y debajo, por la mañana, tarde, noche, y fiestas de guardar… en un IGLÚ:

El trabajo social con personas sin hogar requiere tiempo, espacio, calor y humanidad, paciencia, caminar al lado, y SOBRETODO, no empujar. Et voilà. El trabajo social se cuece a fuego lento. Huimos de la caridad, esperamos mucho de las personas que atendemos, les pedimos y ayudamos a que se desarrollen, mejoren sus capacidades, pongan en marcha sus potencialidades. Es un trato exigente, a su altura, no es buenismo ni pena, es “tough love”. Amor duro del de verdad, del que te hace crecer.

El hecho que haya personas viviendo en la calle no deja de ser el reflejo de un fracaso colectivo como Sociedad. Y partiendo de este principio, la intervención social con personas sin hogar que realizamos se basa en ofrecer acciones que implican seguridad, estabilidad, arraigo, calidad y derechos. Ni más, ni menos, así de fácil, así de difícil, sí.

Señores y señoras que nos ponéis al Servicio de las señoras de la caridad del siglo XV, los y las trabajadoras sociales y educadores sociales de nuestro equipo y de todos los que se mojan en este ámbito, trabajamos en una Estación, al completo. Con su vía férrea, en las Paradas de la prevención, detección, intervención precoz y sensibilización, entre Puentes y andenes, velando por la restauración del proyecto de vida de cada persona sin hogar, y engrasamos las Vías del arraigo, la pertinencia al mundo y el acceso a vida autónoma. Seguramente cuesta entender si el punto de partida es un ticket o un plato de sopa, lo entiendo y respeto, cuesta un poco, pero sigan leyendo…

Los profesionales de inclusión social somos los y las vigilantes de dicha estación, los guardadores de los objetos personales, los ángeles de la guarda de los sueños de los pasajeros. Los que te dan una manta cuando viajas, y te preguntan si te sientes bien. Los que activan lo inactivable si estás jodido y, si hace falta, te llevan a cuestas al hospital. Los que se sientan contigo si te hundes y esperan, en silencio, viéndote llorar, a que puedas hablar y reconciliarte contigo mismo, con tu pareja, con tu familia si estás huyendo o solo perdonarte a ti mismo, levantarte, y seguir caminando de vuelta o avanzar solo.

Los que andan a tu lado y te ayudan a arrastrar la pesada maleta y te señalan donde para un tren y la dirección a la que se dirige y tu decidas si te subes…  o no. Los que se ríen contigo cuando el vecino de vagón ronca  como una apisonadora. Los que van a tu funeral si no tienes a nadie que te despida. Somos los que olemos la muerte y corremos a ver si te pasa algo. Somos los que nos acordamos de un cumpleaños y compramos una tableta de chocolate para quien no tiene quien le felicite, y nos echamos unas risas juntos porqué el cumpleañero ha pensado lo mismo y te ha traído a ti, trabajadora social, una caja de bombones (caso real de Laura H.) … o una flor arrancada del jardín mientras esperaba la visita… Y ponemos velas a un Donut si estamos confinados y celebramos que estamos sobreviviendo a la pandemia soplando bajo la mascarilla, que risa.

En la estación de Lleida, nuestro equipo es también quien vela por el doble derecho,  al soporte individualizado para que todo lo expuesto hasta ahora sea eficiente, genere procesos personales de cambio, modifique hacia mejor contextos vitales crueles.  Estamos si la persona “quiere que estemos”. Observamos de lejos si no quiere, sin ser una “penitencia de control” para nadie, es suficiente con que sepa que “estaremos” cuando sienta que nos necesita. Y en estos casos de resistencia aparecen siempre los vecinos:

-Quíteme este sintecho de mi  entrada pero ya, parece mentira que el Ayuntamiento no “haga nada”

Ai, el Ayuntamiento, ese alien ….

-Claro que si, señora, no se preocupe que ahora le atamos un collar y le arrastramos al iglú, o mejor, llamamos a Ilnet que se lo lleven en el camión de la basura hasta el albergue.

Así, y para acabar, dentro de un iglú no se cuece sopa boba de gallina, sino autoestima, dignidad, acompañamiento, confianza, vínculo, responsabilidad, calidad de vida, autonomía, cuidados… Se cuece, como en la cocina de la abuela,  cariño, motivación, ilusión por ver como las personas mejoran su vida y aumenta su bienestar y felicidad. Eso es el Amor duro y la ética del Trabajo social. #Chimpum