BY RAMON JULIÀ & ALBA PIRLA
Nos hemos permitido compartir en este post, a modo de reflexión, algunos temas planteados en la conferencia que las compañeras de Cáritas de Igualada le pidieron a Ramon, como experto en “lo comunitario”.
En esta ocasión haremos la reflexión aprovechando la experiencia que de forma inesperada, o no, nos aguardaba en Igualada en torno a la conferencia y nuestra estancia en la ciudad. Quizás era una señal 🙂
-No voy a recitar ni a repartir recetas -les dijo Ramon-, sino a cocinar a fuego lento lo que el denominó como los motivos por los que vale la pena hacer trabajo comunitario, si es que estos motivos existen realmente…
Esta respuesta seguramente generó frustración, porqué la prisa por “hacer” a menudo nos aleja de la necesidad de “pensar en el porqué queremos hacer”.
El principio de la experiencia inesperada:
Fue un lujo de oportunidad viajar a Igualada, porque a veces la vida te lleva a situaciones inesperadas. Así, después de una pequeña decepción y tener que alojarnos en un hotel rural en lo alto de la montaña, – la ciudad estaba imposible con el REC! -en otro post valdría la pena explicar como una oportunidad como el REC puede convertirse en un infierno para los que viven en una ciudad y no son entusiastas consumistas de marcas comerciales …queda pendiente – y no estar ubicado en el centro de la ciudad buscando la comodidad, nos obligaba a conducir de noche por carretera y pistas forestales saliendo de nuestras cómodas autovías y entrando casi en modo pánico.
Ahí descubrimos que la necesidad de recibir cuidados a nuestros 40 y tantos años se nos aparecía con fuerza, a pocas horas en la conferencia, como elementos que después él explicaría.
Fran y Joseph, dueños del pequeño hotel, seguramente no son conscientes de lo importante de sus gestos, seguramente ni tan solo leerán este post, pero sin saberlo encarnan aquello por lo que vale la pena ascender una montaña o, en nuestro caso, a “vivir lo comunitario” más allá de “hacer y teorizar”.
Vamos a exponer algunas de las ideas de la conferencia que creemos que pueden aportarnos un poco de luz al tema, sin prisas, desde lo que para nosotros es esencial.
Hemos pasado de “pasar” de lo comunitario a pensar que todo debe “pasar por lo comunitario”. Igual es que somos de extremos. No solo en el mundo social, también en la educación (comunidades de aprendizaje, proyectos y programa de aprendizaje y servicio…), en la sanidad (especialmente en el mundo rural), hasta en la arquitectura (construcción de patios igualitarios en las escuelas para acabar con el imperio del fútbol, por poner un ejemplo entre centenares), todos buscan una orientación comunitaria, no sé si por una moda o por la creencia de que en ello reside una respuesta. De hecho, de la comunidad se habla desde el trabajo social (intervención colectiva de Cristina de Robertis por ejemplo), la sociología, la pedagogía, la filosofía,la psicología social, la antropología (red social)….pero seguramente todos tenemos nuestro propio concepto de la COMUNIDAD.
También están descritos algunos modelos clásicos de intervención comunitaria, desde el de planificación social, más ligado a los planes diseñados por las administraciones, el de acción social, más radical y activista, o el desarrollo comunitario, más humanista y ligado a la pedagogía social… así como también existen distintas denominaciones para referirse a lo comunitario: acción comunitaria, desarrollo comunitario, animación comunitaria, trabajo comunitario, intervención comunitaria, trabajo social comunitario, animación sociocultural entre otras.
Todo junto puede, sin duda, llevarnos a confusiones o a perdernos en lo teórico, por demasiado abstracto, quizás hasta un poco ambiguo a veces.
Muchas veces esperan que desde el mundo académico demos respuestas, ¿COMO hacer comunitario?, nos preguntan a menudo. Podemos releer el artículo que en 2014 escribimos , “Comunicar lo comunitario” en Cuadernos de trabajo social, Al hilo del artículo, seguimos pensando que muchas veces no está en cómo se hace ni en las metodologías, sino en porqué, que nos mueve hacia lo comunitario, que valores y principios sustentan nuestra acción o reflexión hacia la comunidad y la intervención social. Si queremos llegar a una meta o un resultado –sobre todo estético- sin principios ni valores , sin duda haremos un comunitario de “postureo”, algo que para nosotros nada tiene que ver con lo comunitario más allá de salir en la foto. 🙁
¿Motivos por los que hay que fomentar el trabajo comunitario?
-Sin vida comunitaria no hay trabajo comunitario posible
Todos, en mayor o menor medida, tenemos vida comunitaria en nuestra vida cotidiana. Otra cosa es que queramos participar en ella. Por ejemplo, en nuestra comunidad de vecinos , donde a veces huimos de los vecinos y corremos al ascensor para evitar compartir espacio-tiempo-conversación; o aquellos que se aíslan en urbanizaciones, lejos de vecinos, de una comunidad de residencia vertical donde no interactuar es casi imposible. Otras personas se molestan por la proximidad de una mesa “vecina” cuando van a comer a un restaurante o a tomar un café, o a menudo, teniendo hijos, delegamos en terceros la implicación en las AMPAS de los colegios como si no fuera con nosotros la cosa.
–¿Qué nos ha llevado a esta actitud?
Son muchas, pero existen algunas ideas que queremos destacar al respecto: por un lado, Lipovetsky nos habla en su libro “La era del vacío”, de una sociedad caracterizada por el hedonismo, presentismo, consumismo, egocentrismo, narcisismo… y como todo ello nos ha llevado a un aislamiento social ,según el autor, involuntario o impuesto y nos vemos luchando contra la ansiedad que el híper consumo, la híper estimulación y la inmediatez nos genera. Sin duda, los “ismos”, en este sentido, nos convienen poco. Hemos creído que podemos hacerlo todo solos y nos hemos quedado atrapados en un individualismo y aislamiento del que cuesta salir. Y no poder con todo “solos” nos genera muchas veces, frustración. Lo comunitario puede ayudarnos a rescatar a las personas de esta situación que seguramente es conocida muy de cerca por todos nosotros en nuestros círculos más próximos.
Según Morin, los valores predominantes actuales nos llevan a un individualismo que él denomina como irresponsable (existiendo, por lo tanto, un individualismo responsable) por el cual ni nos hacemos responsables ni nos interesamos por “los otros” o por el entorno, o el medio ambiente. Particularmente nos asustan –más bien nos acojonan- los discursos liberales actuales, personas que dicen que “a él o ella nadie le ha regalado nada, que se lo ha ganado todo con su esfuerzo”. Es un discurso alineado con ese individualismo soberbio, arrogante, de que yo no necesito a nadie, y que creemos que es falso. Todas hemos necesitado y necesitamos a los “otros” en algún momento.
Volviendo al hotel del principio, os contamos que, a la llegada, Fran nos recibió con una sonrisa. En ese momento supimos que no nos habíamos equivocado. Al decirle que para volver de noche al hotel tendríamos que subir en helicóptero 🙂 nos dijo, sin conocernos:
-Tranquilos, si es necesario os bajo a buscar en mi coche, tenéis mi móvil, me llamáis
¿Qué necesidad tenía Fran de preocuparse por nuestra llegada, por recogernos, por cuidarnos, por ser consciente de que teníamos necesidades de amparo desde el principio en aquel sitio inhóspito, desconocido, oscuro y a grandes desniveles de terreno de la sierra de Rubió ?… es evidente que un hotel o casa rural es un negocio (también lo puede ser un plan de Barrios), pero nos cuenta que es un hotel distinto, ya que buscan hacer sentir al cliente como en casa. Buscan crear una experiencia única, el mimo en sus detalles, una atención que haga sentir al cliente parte de la familia del lugar… sin duda, un reto en la sociedad actual. Y puro placer por sentirte que importas a esas personas que te cuidan en ese “aquí y ahora”.
Nos adentramos en los motivos por los cuales hay que fomentar el trabajo comunitario
-Hablemos sobre el concepto de dependencia y su necesaria relación con la vida comunitaria.
Estamos acostumbramos a asociar la dependencia a la falta de autonomía, a las dificultades para valernos por nosotros mismos. Pero también tiene otras connotaciones más allá de la versión negativa, del “problema” de ser dependiente.
Queremos rescatar aquí las ideas de Durkheim, padre de la sociología, que nos habla de la solidaridad orgánica en sociedades muy complejas, en las que todas necesitamos a los otros para vivir en sociedad y poder sobrevivir. Por lo tanto, la solidaridad y la dependencia están aseguradas, es la esencia de lo social, nos guste o no nos guste. También habla del inconsciente colectivo, que ligado a valores y creencias compartidas, nos cohesiona como sociedad y hacen posible la vida comunitaria. Así, es un reto de lo comunitario en una sociedad compleja y diversa, fomentar espacios comunes donde todos seamos iguales, por el simple hecho de compartir sociedad, de vivir juntos en ella. El reto de lo comunitario es fomentar ese valor de igualdad entre todas las personas y también entre las culturas, si realmente aspiramos a la cohesión social. Dependemos los unos de los otros aunque algunos de empeñen en hacernos creer que dependemos de lo material por encima de todo.
El concepto de la solidaridad que usamos en la actualidad es extraño si nos fijamos en el que planteaba Durkheim. Somos solidarios “a ratos” es decir, tenemos una cuota de solidaridad que activamos en función de determinados proyectos , instituciones, colectivos, situaciones o problemas que nos atraen o preocupan. Particularmente nos llama la atención y apostamos por la idea de ser “voluntarios de la vida cotidiana, voluntarios de nuestra ciudad” que implica ejercer la solidaridad con los conciudadanos, no a ratos, sino como filosofía de la vida ordinaria.
Siguiendo con el concepto de dependencia, el filósofo Josep María Esquirol nos ofrece una visión muy interesante y recomendable sobre este asunto y de la que nosotros queremos destacar algunas ideas. Esquirol plantea que la condición humana se caracteriza por la imagen del desierto, que sugiere intemperie, erosión, tiempo, finitud, desgaste y desamparo. La experiencia de desamparo se produce toda la vida, y si es así, el gesto humano por excelencia debería ser el amparo, proteger, cuidar.
Vivir a la intemperie significa que además de avanzar y de existir, debemos “resistir”. Resistir a la decadencia. Las personas buscamos ese amparo en elementos de la vida cotidiana que nos aportan seguridad en el día a día, actividades sencillas y ordinarias y también en la casa. Las personas somos vulnerables, es decir, si no podemos sentir seguridad, amparo, cuidados, estamos perdidas.
Fran no sabe –o quizás si- que el valor de la acogida en la vida cotidiana es un valor que eleva su hotel a la máxima potencia. La seguridad que trasmite, el cuidado, se imponen en un pequeño hotel que te hace especial en medio de un mundo en erosión permanente.
Ahí reside, según nuestra opinión, la esencia de lo comunitario. No en grandes proyectos estéticamente correctos, sino en aportar estos elementos que nos ayudan a ser menos frágiles y vulnerables delante de los avatares de la vida cotidiana, reforzando aquellas cuestiones importantes que nos amparan, que nos cuidan. Y ese cuidado debe proceder de la comunidad, para mantener la verticalidad, es decir, tener confianza, seguir de pie. Son necesidades básicas el afecto, la seguridad de vida, la protección, la subsistencia… muchas veces no cubiertas en nuestra sociedad, que atiende o busca la satisfacción de otro tipo de necesidades más superfluas e innecesarias.
También residen en esos elementos de verticalidad las palabras y los gestos. Un ¿Cómo estás?, un cuídate, reconocernos, tenernos en cuenta, más allá de los automatismos del lenguaje.
Fran preguntó a Ramon al llegar, de noche, cansados, y con ganas de bebernos una cerveza, la primera en modo Küppers, brindar por la vida y relajarnos:
-¿Cómo estás Ramon? ¿Qué tal ha ido la conferencia?
-¿Perdona? –Creo que Ramon ni tan solo entendió sus palabras a la primera, se quedó mirando Fran anonadado- Acostumbrados a dar por hecho que las cosas “van” y que pocas personas –y menos desconocidos- suelen interesarse de veras por si te encuentras cansado, preocupado, nervioso o satisfecho; ese “como estás” afianzó su -y nuestra- verticalidad por unos días.
Para finalizar, Esquirol nos dice que la autonomía se ha convertido en el mantra de nuestra sociedad, siendo esto un error. La situación de intemperie nos expone a todos a la dependencia, sin ser esta un inconveniente ni desventaja sino un valor, una riqueza disponer del amparo de los otros.
Cuando nos sentimos en la intemperie en lo alto de la montaña, vulnerables, un café servido con cariño, un ¿habéis descansado bien? Un “podéis quedaros hasta que queráis, no hay prisa por salir, como en vuestra casa”. ¡Vaya! La idea de salir corriendo de un hotel a las 12h. siempre es amenazante, pero aquí no existió. Se entiende la salida como un proceso, como un momento en el que cierras un episodio, te despides con calma para poder volver cuando quieras.
–Un mundo común
Queremos incorporar, para acabar el post, la visión de Marina Garcés, que nos aporta la idea del mundo común. Nos toca vivir juntos, expuestos e implicados. Habla del extrañamiento de habitar un mundo común como si no lo fuera. Nos propone aprender el anonimato, alternativa a la visión utópica de la comunidad como una fusión de nosotros con la comunidad. Porque cuando hablamos de comunidad, también los asaltan ideas como la idealización de la misma, o incluso una visión paradisíaca. Garcés propone pasar del anonimato de la indiferencia al de la diferencia, preocuparnos por los otros sin fusionarnos. Perder el miedo al mundo, dejarnos tocar por él, dejar llamar a la puerta, dejar el repliegue, dejarse afectar.
Inspirados en estas ideas hablamos ahora de un proyecto que admiramos, “la Escalera”, el punto de partida dice “la vida es un problema común, ¿Lo resolvemos en comunidad?”. Su apuesta es sencilla: La Escalera es una herramienta para facilitar el encuentro y el apoyo mutuo entre vecinas y vecinos de una misma comunidad y provocar una reflexión acerca de las relaciones cotidianas en entornos comunitarios.
En conclusión, debemos “hacer comunitario” desde la esencia, alejándonos de la ficción de la autosuficiencia (o la fantasía que vivimos en casas con paredes tan gruesas que nos aíslan de la realidad ), fomentando los vínculos que nos protegen, nos abrazan y cuidan. Recibir dando, así de sencillo. Co-creando con la comunidad, por y para la comunidad.
En nuestra subida a la Sierra, en dirección al hotel, nos quedamos impresionados por conducir entre grandes e impresionantes molinos de viento. Nos deja sin palabras y a vueltas con el ascenso (¿descenso?) a la comunidad, nos vienen a la cabeza las palabras de Ken Follett en “Los pilares de la Tierra”:
–¿Pueden mis siervos construir molinos sin mi permiso? -preguntó casi al borde de la desesperación.
-No, señor
– ¿Y sabes por qué está prohibido?
-Para que tengan que llevar su grano a los molinos del señor y pagarle por la molienda. Y el señor obtendrá beneficios.
Pues nosotros, los y las trabajadores sociales, siguiendo el viejo proverbio holandés “no puede impedirse el viento, pero pueden construirse molinos” podemos construir o reconstruir los vínculos que nos hacen fuertes y libres, ser el viento que empuje el movimiento, crear nuestros propios molinos y generar la energía necesaria desde la fuerza de comunidad.
En las Siete puertas para abrirnos a otro Trabajo Social, Koldobi Velasco nos dice en la 7ª puerta que “la unión del rebaño obliga al tigre a dormir sin cenar”. Cierto, los vínculos nos hacen poderosos. Ese es, a nuestro entender, el inicio de lo comunitario. Claramente, nos sobran los motivos.
Este post se lo dedicamos a Fran y Joseph, que con su manera de actuar nos refuerzan en la necesidad del vínculo y del cuidado para sentirnos miembros de algo que tan complejo y a la vez tan sencillo como es una comunidad.
Cerramos el post con Txarango RESISTE Y GRITA“Si te quieren callar, canta con rebeldía.”
¡FELIZ DOMINGO!
Ramon Julià i Alba Pirla
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