Ésta historia no se sitúa en un lugar remoto, se sitúa en el aquí y en el ahora: Lleida. Siglo XXI. En plena crisis económica y migratoria y en plena catástrofe humanitaria.

Emmanuel ha estado muchos años en situación de calle. Siempre en la misma calle. De origen ghanés, de tez negra y amplia sonrisa blanca.

Cada día me daba los buenos días cuando yo iba hacia mi trabajo, me preguntaba cómo estaba y me hacía algún cumplido.  Me removía. Él ahí, durmiendo sobre el cemento, en durísimas condiciones, y preguntándome cómo estaba yo. Admiro a todas las personas que aún estando en durísimas condiciones (que no son pocas), siempre tienen una sonrisa en el rostro y unas palabras bonitas para los demás. Como diría Víctor Küppers deberíamos aprender de todas ellas y dejar esa cara mohína, la mala leche  o malas formas que algunos arrastramos.

Emmanuel siempre rehusaba cualquier atención y propuesta de ayuda por parte del equipo socioeducativo de atención a personas sin hogar en el que trabajo, pero hace un año aproximadamente se acercó al centro.

Acordamos solicitar una renta mínima de inserción que le permitiese dar un pequeño paso adelante y le dimos soporte para acceder a un piso social de bajo alquiler. Apostamos por poner la vivienda en el centro de atención a la persona y desde ese contexto convertirnos en una figura de apoyo para Emmanuel e ir trabajando con él la superación de diferentes obstáculos. Fue, como dice mi jefa, un “Housing First” encubierto. Shhhhh! Silencio.

Pero entonces, de forma repentina y sin avisar, irrumpió la enfermedad.  ¡Zasca! Emmanuel sufrió un ictus cerebral. Dicen que las enfermedades vasculares son causa frecuente de discapacidad permanente y que repercuten muy negativamente en las personas afectadas.

Y sí, cuando fui a visitarlo al hospital pude ver los estragos que le había ocasionado la enfermedad: parálisis en la mitad de su cuerpo, afectación en el habla y una sacudida emocional importante. ¿Por qué ahora?

Emmanuel había empezado a cuidar su salud y estaba intentando localizar a algún miembro de su extensa familia para retomar la relación familiar.  Ironías de la vida.

Aún así no perdía su sentido del humor y me soltaba lindezas del tipo:

  • ¡Qué buena estás! ¿Sabes? Durante un tiempo me gustaron las mujeres. Creo que esto no te lo había dicho.

Y me hacia sonrojar.

Tras el alta hospitalaria, Emmanuel fue trasladado a la unidad de convalecencia de un centro sociosanitario para su rehabilitación. Y ahí sigue.

En estas unidades atienden a personas que han sufrido una pérdida importante de sus capacidades, como en su caso, pero que tienen posibilidades de recuperación.

Pero la vida, o en éste caso la administración, no se lo ponemos  nada fácil a las personas.

Emmanuel dejó de percibir su prestación porque se encuentra en un centro sociosanitario. Me pregunto yo si hay alguna normativa paralela que desconozco en la que se establezca que cuando una persona ingresa en un centro hospitalario o sociosanitario  deja de estar obligado a hacer frente al pago del alquiler, de los suministros del hogar, etc.

Parece ser que el objetivo de la administración es que Emmanuel, cuando reciba el alta, vuelva a la calle. Parece que estemos sancionando la falta de salud de las personas. Incongruencias, despropósitos… no se puede hacer peor. Éste tipo de prestaciones, ¿no tendrían que poner a la persona en el centro?

La prestación, por suerte, le fue reanudada, pero la sensación de miedo e inseguridad ante una nueva baja, planea en su cabeza.

Para el trabajador social sanitario del centro en el que se  encuentra no está siendo fácil de manejar. A la contención emocional propia de la enfermedad que debe realizar -de forma coordinada con el resto del equipo interdisciplinar del centro- se une la frustración y preocupación que sufre Emmanuel por su futuro incierto tras el alta sociosanitaria.

Si la vida te da limones…. Ando yo muy desmoralizada.

 

Laura

En Lleida a 26 de julio de 2018