Caminos, huellas, huidas y llegadas.Relato de la experiencia de una compañera de Agorats, sobre su experiencia en el campo de refugiados de Chios. impactante.

Aunque no lo consumamos diariamente en los informativos, porque nos quedan ya lejos las llegadas masivas en Lesbos u otras islas griegas; lejos también del “Pacto de la Vergüenza” del 20 de marzo de 2016, donde Europa decide valorar más y sin ninguna contemplación el control social, antes que las vidas humanas,… miles de personas siguen viéndose obligadas, aún en 2018, a cruzar los mares y continentes, con un único objetivo: salvar sus vidas.

Sin embargo, profesionales, voluntariado y activistas siguen reuniéndose en Grecia, para cambiar la incierta e inexplicable realidad, en la que se encuentran bloqueadas miles de personas en los campos de refugiados/as y solicitantes de asilo. Intentamos luchar, por la transformación, por la justicia social; término que algunas veces parece utópico, e incluso para la persona que en ello cree y por lo que está segura que quiere luchar.

El objetivo es luchar para la mejora de las condiciones bajo las que se vive; en éste caso en el campo de Chios, recibiendo éste hotspot el nombre de VIAL. También luchar ante situaciones derivadas de políticas migratorias que se establecen, sin contemplar antecedentes, ni convenios, ni decretos, ni tratados internacionales. Políticas que se han ejecutado para dar respuesta a la situación de la mencionada “crisis de refugiados”, partiendo de planes de intervenciones que quedan lejos del empoderamiento de las personas que esperan una acogida digna, y que ni siquiera se asoman al asistencialismo del que tanto intentamos huir los y las trabajadoras sociales.

Ante una situación desbordada por el propio sistema de acogida griego, son entidades, grupos independientes, organizaciones no gubernamentales, asociaciones y otros centros, muchas veces sustentados por la figura del voluntariado; quienes ofrecen sus servicios para afrontar y paliar la situación que actualmente, y des de ya hace unos años, se está viviendo en las islas griegas.

Este es el motivo, por el que esta reflexión merece iniciarse con una reverencia a todas las personas del mundo social, educativo, sanitario, legal, otras activistas independientes y especialmente a las propias personas solicitantes de asilo y refugiadas. Juntas son como las hormigas que incansablemente crean circuitos para colectivamente intentar tejer ambientes seguros y más llevaderos alrededor de Vial. A todas ellas, y especialmente a quienes decidieron que Europa fuera quien les ofreciera un entorno para recrear su proyecto de vida, mis totales agradecimientos, me han ayudado a comprender una lección importante, “quién es ésta que denominamos como persona resiliente, empoderada y valiente”.

Llegó el momento, de quitarse la venda de los ojos. Había leído sobre la vergüenza, la vulneración y la situación alarmante en la que se encuentran las personas, que van viendo pasar los eternos minutos de su vida diariamente en los campos de personas refugiadas; momentos que quedan lejos de sus previos sueños de libertad en un entorno supuestamente seguro, Europa.

Son las 6.00 am, y el equipo de Salvamento Marítimo Humanitario recibimos un aviso: “¡hay landing!”. Llega el bote en el puerto, y con él sueños que resplandecen durante unos minutos, quebrando chispas de ilusión que sobresaltan de los ojos de las personas que ya han cruzado aguas internacionales, de sus sonrisas y de sus más apreciables signos de cariño, hacia quienes les damos la supuesta bienvenida a su más importante apuesta. Algunos otros aparentan mucho cansancio, no habrá sido nada fácil su viaje, pero aun así las secuelas del agotamiento parecen ser de satisfacción y de seguridad.

“Bienvenida a Europa, después de un previo chequeo sanitario y social para aquellos casos más vulnerables, los cuerpos policiales te vienen a recoger, subes en el furgón y te llevan a tu nuevo hogar. Llega el furgón al campo de acogida, que tiene capacidad para 1000 personas pero residen 2000, así que resulta necesario buscar un rincón, cuyo será durante las próximas semanas la zona de descanso; igual un hueco se puede encontrar entre los estrechos caminos que quedan entre containers, tiendas y los residuos líquidos que recorren Vial.”

Así es la toma de contacto  para la persona que llega a Chios, en un antiguo campo de detención; habilitado únicamente con alambres de espino, una zona con servicios básicos de atención social, sanitaria y legal, controles policiales frecuentes y containers dónde dormir; siempre y cuando la persona tenga la suerte de disponer de uno compartido con otras 3 o 4 familias, y si no, siempre quedan las tiendas o directamente en el aire libre.

Lo más impresionante no fueron los alambres de concertina de los que ya tantas imágenes había visto en algunos medios, y que las mismas compañeras me comentaban, refiriendo, que el andar a su alrededor diariamente era uno de los momentos más frustrantes durante el voluntariado; tengo que reconocerlo, que aun así la rabia va incresciendo en cada paso que das a su alrededor.

Pero ni más ni menos, bajo mi humilde mirada, el más frustrante camino es el que seguía diariamente para llegar al campo. Una zona aislada de las poblaciones de la isla, un camino repleto de personas andando para llegar a algún lugar. A algún lugar, algunas veces simplemente para encontrar algo más del litro y medio de agua potable que se les ofrece diariamente, si tenían la suerte de llegar antes de las cinco de la medianoche en la cola para conseguirlo a las 8.00 am. En caso de no tener ésta suerte, igual llegarían a una fuente que se encontraba a unos veinte minutos andando, que en ocasiones puntuales dispensaba agua potable para beber. Otros iban caminando para intentar llegar al pueblo a comprar algo de comida, aunque con el miedo de que quizás ellos fueran percibidos como uno de estos refugiados que presuntamente iban a robar a la tienda y por esto no se les permitía la entrada, según relataban los propios testimonios.

Este camino no dudo que sea olvidado para nadie, no para los adultos que lo utilizaban no sólo para sobrevivir, sino también para acercarse a un entorno comunitario con todos sus servicios y zonas de encuentro, lejos del aislamiento y la exclusión social. Tampoco para los niños y niñas, éste era el espacio alternativo al propio parking del campo donde podían correr y jugar, pasar un tiempo libre fuera de los estrechos espacios de entre los containers, los únicos espacios que disponían para su recreo.

Así pues, la incomunicación y la invisibilidad, a parte de la ineficiente cobertura de las más básicas necesidades como la alimentación, alojamiento, atención bio-psico-social y el acceso a la información; retratan la dura y estremecedora imagen de la realidad en Vial.

Esta es la nueva y (des)esperada zona de confort donde algunas personas en busca de salvar sus vidas, pasan semanas y meses esperando sus autorizaciones de movilidad hacia el continente. Te vas de tu casa, que con suerte aún no habrá sido bombardeada, huyes del ejercito donde estas obligada a vivir bajo torturas, amenazas y malos tratos, de las persecuciones por cuestiones políticas, de género o por religión, de violaciones… y ante todo esto,  parece obligado el aceptar esta tan “dignificante” acogida.

Recuerdo mi llegada a España, lo que mis compañeras llamaban frecuentemente la toma de tierra, cómo no, la toma de tierra porque durante éste tiempo, la realidad se convierte en una pesadilla difícil de expresar, y aún más de comprender en una Europa del s. XXI.

Sentada y contextualizando lo vivido, abrí el mapa intentando ubicar los países de algunas, de entre las más de 25 nacionalidades de las personas que residen en el campo, con quienes había coincidido en la isla Griega. Visualizándolo, tome consciencia de que gran parte de África y Asia, está llena de territorios donde la huida se convierte en necesidad. Una segunda huida era la necesidad que diariamente expresaban las personas estancadas en la isla de Chios y en Vial, pedían ayuda incansablemente, ayuda para huir; y la única respuesta que les podía ofrecer era permanecer a su lado, alentándolos a seguir luchando por todos aquellos sueños por los que un día apostaron.

Necesito atención psicológica, me siento más pequeño que un animal… Quiero irme, quiero volver a Siria… Prefiero estar en la guerra, en la guerra se muere una vez, aquí morimos cada día… Ya no confío en nadie, no tengo la más mínima esperanza de que alguien me vaya a ayudar… Por la noche hacemos turnos, para evitar que las serpientes y los escorpiones piquen a nuestros hijos…. Que me den la comida, me la cocino yo… Tengo sed, me das agua?,… Ante las citas de los testimonios y el breve retrato de la realidad, resulta crucial seguir luchando para que podamos observar un cambio en ésta parte de la historia. Para que empiecen a emerger vivencias a partir de una llegada al continente europeo, donde se asegure la provisión de las condiciones mínimas para la cobertura de las necesidades básicas, y para evitar reproducir el empeoramiento del bienestar físico y mental, derivado de las debilidades del propio contexto.

Y cuando me preguntan mis colegas, compañeros/as y otras personas, alrededor de la realidad en los campos de Grecia, la única respuesta que les puedo dar es: “he abierto una caja de pandora imposible de cerrar”.