El año 2009 escribí un artículo titulado “Desmesura, desigualdad, crisis y género” y haciendo una lectura del mismo, he sentido la necesidad de hacer una actualización y de llevarlo de forma específica a nuestro campo, es decir, al Trabajo social. El motivo no es otro que aportar algunas reflexiones que con el paso del tiempo no han perdido interés, sino al contrario, siguen centrando gran parte del debate social y político actual.

Cuando hablaba de desmesura se hacía referencia al concepto utilizado por Viveret (2004) y como el autor indicaba, ésta podía ser de muchos tipos; desmesura económica, política, medioambiental, de poder,  incluso emocional, entre otras muchas. En el año 2016 podemos afirmar que la desmesura no ha perdido protagonismo e incluso podríamos afirmar que en cierto modo  la sociedad española acaba de legitimar la práctica de esta desmesura en las urnas.

El segundo concepto del que se hablaba, era el de desigualdad, y en este sentido no tenemos ninguna duda que la desigualdad en España ha aumentado de forma indecente en estos últimos siete años. Obviamente la desigualdad va unida a la desmesura aplicada y llevada a cabo por algunos pocos y que lamentablemente ha penalizado a la mayoría de la sociedad. Parece también, que para una gran parte de la sociedad, esta desigualdad no es lo suficientemente grave como para replantearse y cuestionarse las políticas que se están llevando a cabo en nuestro país.

La crisis, es el tercer concepto del cual hablaba en su día y como ya hemos podido comprobar, la crisis ha servido para implantar un nuevo modelo social en el que una gran parte de la sociedad vive en crisis permanente, (paro de larga duración, trabajo precario, trabajadores pobres, e.t.c.) , mientras otra parte de la sociedad ha visto aumentar sus ingresos, su patrimonio y sus privilegios, de forma sutil a veces y de forma inmoral o  poco ética otras, e incluso de forma ilegítima o directamente de forma delictiva. El mensaje, no obstante, no es otro que “váyanse acostumbrando, esto es lo que hay”.

Por último me refería al concepto “género” y lo hacía recordando a Touraine (1994) cuando planteaba que el único “sujeto social” que podía provocar el cambio social en nuestra sociedad actual era “la mujer”. Es cierto que algunas mujeres han llegado a cuotas de poder muy elevadas como por ejemplo Angela Merkel o Christine Lagarde, pero mucho me temo que sus aportaciones como mujeres no han mejorado las de sus compañeros masculinos. Seguramente el motivo es que no han tenido una visión propia como mujeres en el sentido de sujeto social del que hablaba Touraine.

Pero una vez dicho esto, la pregunta que nos debemos hacer desde el trabajo social es si queremos hacer algo para luchar y poner fin a esta lógica que se nos quiere imponer. Lo digo porque no tengo claro que la profesión esté por la labor en un sentido amplio de responsabilidad y de acción para la transformación social. Tengo la sensación que ante la dificultad que conlleva modificar la realidad desde dentro de las instituciones o las administraciones, muchas veces los y las profesionales sociales no hacemos todo lo posible para modificar nuestros pequeños entornos. Incluso muchas veces no sólo no intentamos luchar contra el sistema sino que entramos directamente en el juego que se nos impone. Esto creo que es mucho más grave y deberíamos replanteárnoslo.

Sabemos que es difícil luchar contra los elementos y que la desmesura, la desigualdad y la crisis lo tiñen todo de forma que nos confunde y  dificulta nuestra labor, pero creo de forma sincera que el trabajo social existe precisamente para luchar contra estos enemigos tan poderosos y peligrosos para una sociedad que se hace llamar, social, democrática y de derecho.

Debemos ser utópicos a pesar que nos digan que somos unos ingenuos. No podemos olvidar que las grandes revoluciones sociales llegaron gracias a las utopías que lucharon contra el Statu quo y el orden establecido. Del conservadurismo no ha nacido ninguna revolución social, al contrario, han provocado, incremento de la desigualdad, de la injusticia y de la  pobreza para la mayoría de la sociedad.

Debemos ser profesionales “emancipados” y no “serviles”, tal y como plantean Barbero y Cortés (2005). Desde el servilismo no vamos a ningún sitio más allá de la comodidad, la complacencia y la pleitesía. Ser servil nos convierte en cómplices de la desmesura, de la desigualdad y de la crisis que castiga a muchas familias y personas. Ser emancipado quiere decir que estamos empoderados y creemos en nuestra misión y nuestra profesión, no necesitamos que nadie nos imponga sus opiniones, decisiones o criterios, y aún menos, si estos van en contra de nuestra misión y ética profesional.

Digo todo esto porque desde nuestros lugares de trabajo, podemos luchar contra la desmesura que algunos políticos y gestores burócratas quieren imponernos, así como contra la desigualdad creciente y sobre los efectos y las causas que provocan que muchas familias vivan en crisis permanente. Fantova desde su blog (http://fantova.net/), nos ilumina desde hace ya unos años, con algunas propuestas que son valientes y que nos exige un cambio como profesionales y una reconsideración del trabajo que realmente debemos llevar a cabo desde los servicios sociales más allá de ser  meros dispensadores de prestaciones y ayudas, pero para hacer esto debemos creer mucho en nuestra profesión y nuestra valía, así como despojarnos de muchos complejos, prejuicios y mitos y leyendas urbanas que giran alrededor de nuestra disciplina.

También os invito a leer a Nacho Santás y la ponencia que realizó en el 6º Congreso de Trabajo social de Madrid bajo el título “Innovar en la administración es posible…..y lo sabes” en la que plantea de forma sencilla pero incisiva como podemos innovar sin ser unos grandes revolucionarios sino simplemente estando más cerca de las personas que  de las alturas (o sea el poder). El autor nos deja de regalo un “Decálogo para la innovación en la administración” que no tiene desperdicio. (Podéis encontrarlo en su blog “http://pasionporeltrabajosocial.blogspot.com.es/”.

Por último quiero hacer referencia a una cuestión que quizás pueda ser delicada pero que como he avanzado al principio, creo que Trabajo social y género también van de la mano. No podemos obviar que nuestra profesión está representada en un porcentaje muy elevado por mujeres. Como dice Touraine, y yo lo comparto plenamente, si la mujer es el sujeto social que puede cambiar la sociedad, y las mujeres son mayoría en una profesión que pretende la transformación social, ¿Qué está sucediendo?, ¿porqué se han impuesto los modelos funcionalistas sobre los comprensivos y humanistas?.

Me temo que los y las trabajadores sociales no podemos convertirnos en Angela Merkel ni Christine Lagarde, porque siguiendo este modelo nos encontramos con trabajadoras sociales que son madres con tres hijos que les dicen a sus usuarias, también madres con tres hijos, que tienen que pasar el mes con 400 euros y que tienen que ser austeras. Que no deben prostituirse porque es inmoral e ilegal o que no pueden dar mal  de comer a sus hijos porqué se los van  a “quitar”. Incluso en algunos casos se cuestionan si es justo que no paguen el recibo de la luz acogiéndose a la ley sobre pobreza energética. Siento decirlo, pero siguiendo este modelo nos convertimos en cómplices de las políticas antisociales actuales.

Somos sabedores también, que mayoritariamente (y no por casualidad), las usuarias de servicios sociales son en su mayoría mujeres, por una cuestión de roles en nuestra sociedad en general y de las dinámicas familiares internas en particular, pero también como consecuencia de la feminización de la pobreza. Y casualmente (o no),como ya hemos dicho antes, las trabajadoras sociales también son mujeres en su mayoría. Espero y deseo que esta casualidad no sea solamente para perpetuar y legitimar esta reproducción  de roles y que precisamente sea en esta crucial oportunidad de  relación de ayuda y de empoderamiento mutuo en la que empiece  esta revolución social promovida por las mujeres, desde las mujeres, con las mujeres y para beneficio de todos en una sociedad mejor.