Recientemente, me he convertido en la Loca de los gatos para mis compañer@s de trabajo. No! No vivo con muchos gatos, pero me enfrentaba a un reto laboral bastante curioso. Empecemos por el principio.

El segundo día de mi nuevo trabajo como trabajadora social de atención primaria (yo venía de mi “tranquilo” puesto en el tercer sector) mi superior me pidió que visitara en su domicilio a unos usuarios de los que sospechaba que podrían estar teniendo problemas para pagar sus suministros. Reviso su expediente y me dispongo a hacer mi primera visita a domicilio con ilusión pero el culo un poco apretado. Cuando llego al pequeño piso donde viven un padre y un hijo, me recibe un señor más ajado que mayor y un par de pequeñas panteras domésticas.

  • Hola, buenos días, soy Noemí, su nueva trabajadora social.
  • Buenos días, hija, pasa, pasa!
  • Cómo estamos, don Manuel? Verá, me han comentado que podrían estar pasando dificultades y he venido a conocer su situación. Dónde está su hijo?
  • Ay, hija, él está poco en casa…sabes qué pasa?- cuénteme usted- a mi hijo no le gusta estar en casa, dice que se agobia… tenemos un pequeño huerto y siempre anda por ahí…
  • Y usted? Ya sale de casa a dar algún paseo? (a esas alturas ya había visto y olido suficiente parte de la casa como para saber que tenía delante un caso de esos con los que sudaría tinta)
  • Ay, no! Alguna vez, si tengo que ir al médico y poco más, no estoy yo muy católico…
  • Y no estará un poco desanimado, Manuel? Porqué, yo no soy médico, pero le veo bastante bien… (ahí agacho las orejas y espero el sermón de “si tú supieras que…” pero nunca llega, simplemente puede que haya dado en el clavo). Me enseña un poquito la casa?
  • Claro… ya me disculpará que la tengo un poco desordenada… (un poco? Pienso yo…esto es una selva gobernada por este par de gatos gigantes!!)

Para que os hagáis una idea: comida por todas partes (todas!!), me pareció intuir una cocina detrás de lo que, años A, habría sido una cortina bien apañada, debajo de ingentes cantidades de ropa y enseres, creí ver una cama. Los papeles se adueñaban del poco espacio que los gatos de Manuel habían cedido y sentarme en su sofá fue toda una aventura.

Viendo cómo se desarrollaba todo, me dispongo a ir al grano con el problema de los suministros (sin evitar tener una curiosidad tremenda por conocer al hijo de don Manuel esperando ver algo que me explicara cómo habían llegado a esta situación)

  • Sr Manuel, siéntese aquí conmigo un momentito, que tenemos que hablar de algo que creo que es importante: cómo tenemos las facturas? Luz, gas…. Estamos al día?
  • Ay, no, hija…. Gas no tenemos!!
  • Y la luz?
  • No hemos podido pagar la última factura y la anterior no estoy seguro….
  • Podemos ver esas facturas? (Manuel se levanta y rebusca en un montón de papeles más grande que yo)
  • Sólo tengo la última, la otra no sé dónde anda….
  • Bueno, no se preocupe, con esto tengo suficiente (reviso la factura, no asciende mucho dinero, pero ya estaba bastante claro que el problema de la familia no era económico, al menos no era el principal). Le importa que me lleve la factura para poder preparar el papeleo? Lo único, es que veo que el titular de la factura es su hijo y los documentos debe firmarlos él… me podría dar su número de teléfono?
  • Si lo miras tú en ese cacharro (señalando el móvil)… pone Manolo… y la factura, si! Llévatela…

Tomo nota del teléfono del hijo y me despido de Manuel explicándole que cuando vea a su hijo para firmar los papeles, le devolveré su factura y se queda conforme.

  • Bueno, Manuel, dígale a su hijo que le voy a llamar y ya nos veremos más adelante.
  • Vale, hasta otro día que me venga a ver. (noto cierta alegría en su habitual tono mustio)

Me dirijo de vuelta a la oficina con el corazón un poco encogido y las fosas nasales en estado crítico. Llamo a Manolo, le explico y quedamos al día siguiente en mi despacho, dónde ya tengo toda la documentación necesaria preparada.

Al día siguiente, con la intriga de conocer a Manolo en el cuerpo, llega la hora de la cita, pero Manolo no llega… Frustrada, asumo que no va a venir y sigo con mis tareas. Antes de marcharme a casa, le vuelvo a llamar sin tener muy claro si me contestaría y Bingo! Me responde al momento y se disculpa. Respiro y volvemos a quedar para el dia siguiente, pero -“Manolo, haz el favor de venir, porqué os van a acabar cortando la luz y tu padre pasa ahí todo el día…”- le digo con intención de darle la importancia necesaria al asunto.

Llega el momento y veo aparecer a un hombre enjuto, con el pelo canoso y unas ojeras dignas de un Dj de Ibiza en la puerta de mi despacho.

  • Buenos días, en qué le puedo ayudar? A quién busca?
  • He quedado con Noemí
  • Esa soy yo! Pase, pase
  • No me trate de usted, por favor.
  • De acuerdo, yo no lo haré si tu tampoco lo haces
  • Perfecto
  • Verá, el otro día estuve en tu casa y vi algunas cosas preocupantes, Manolo. Tu padre pasa muchas horas en esa casa y necesita un poco de orden, no crees? Quizás podríamos plantear una ayuda a domicilio que os echara una mano en la organización, que te parece?

Un poco bombardeado por la información que le acaba de soltar una auténtica desconocida responde:

  • Si… he estado un poco despistado últimamente, pero voy a poner orden, de verdad, no hace falta que nos mandes a nadie….
  • Vale, vamos a hacer una cosa, hoy firmamos estos papeles para evitar que os corten la luz y la semana que viene, vuelvo a venir y vemos cómo va la cosa, te parece?
  • Si! (con cierto tono infantil como el que se ha librado de una bronca de la profesora) ya verás cómo lo tengo mejor!!
  • Estoy segura de que si! El jueves, os viene bien a eso de las 12?
  • Perfecto! Muchas gracias, señorita!
  • De nada, Manolo, nos vemos la semana que viene y ya os cuento lo que me han dicho los de la luz.

En qué momento me acabo convirtiendo en la loca de los gatos? Todo a su debido tiempo…