Empecé el Postgrado de Mindfulness y compasión en la relación ayuda con cierto recelo, no voy a negar que a mí esto de respirar y de “introspeccionar” o yo que sé que me imaginaba… me pone bastante nerviosa… Ahora, una vez terminado pienso que es de las experiencias más ricas que me ha regalado la vida y como me ha ayudado a reconectar con el trabajo social, del que voy a reconocer, me estaba empezando también a poner nerviosa… básicamente por la impotencia que me generaba y los conflictos éticos que a menudo sentía –y siento- en su ejercicio en el contexto actual. Así, para mí, el Mindfulness ha sido una tabla de salvación para re-comprender por qué me fascina en el fondo -pero… me desquicia en la forma- y cómo gestionar emocionalmente ese desapego hacia  la práctica actual.

Dice Silvia Navarro en su ponencia Sobre el tacto en el contacto: por un saber de la caricia en el Trabajo Social… “estoy convencida que también nosotros nos podemos salvar, abandonar nuestros cuarteles de invierno, aquellos en los que nos acantonamos cuando el mal tiempo nos sorprendió en plena contienda, esos en los que vivimos secuestrados por un peligroso confort, con el riesgo de confundirlos con un hogar definitivo. Conseguir salvarnos pasa, indefectiblemente, por recuperar lo relacional, por hacer lo más radical: ir a la raíz (en el sentido etimológico del término radical), retornar a la esencia del trabajo social, a lo humano, al vínculo, a la emoción y a lo vivencial, a la experiencia que nos pone en juego ante el otro, elementos todos ellos que pueden y deben caminar de la mano de lo riguroso y lo eficaz.

Decía Navarro en 2016 –tan actual- que la crisis global que había traído de su mano el cambio de época que estábamos viviendo, sorprendió a los servicios sociales distraídos, absortos en el cálculo, la ordenación, la tipificación, la gestión y la organización de medios y recursos, en lo que se suponía era su proceso de desarrollo y consolidación. En un segundo plano quedó lo que verdaderamente es la intervención social, y con ella lo relacional, concebido como la columna vertebral y el alma de ésta. Ahora, el contexto COVID nos devuelve esa bofetada de realidad: ¿Dónde estamos los y las profesionales de los servicios sociales y sus instituciones, muertos o de irresponsable parranda?

De hecho, el Colegio de Trabajo Social de Cataluña alerta que el colectivo tiene síntomas graves de fatiga, dolor y estrés. En el estudio de la Fundació Galatea, se constata que nosotras, uno de los sectores que ha estado en primera línea de la Covid-19 y que, en cambio, queda a menudo invisibilizado, tiene ya secuelas físicas y emocionales. Desde antes de la pandemia hasta la primera ola, la fatiga ha aumentado en los trabajadores sociales encuestados un 36%; el dolor, un 25% y el estrés, un 31,3%...  así pues, bien de salud mental y física no vamos, desde luego…

 

Silvia Navarro nos interpela sobre si nos hemos preguntado alguna vez cómo se debe sentir alguien que reúne  el coraje necesario para pedir ayuda, y acaba sintiéndose mero objeto de sospecha, de un distante y burocratizado escrutinio, de un frío diagnóstico y unas respuestas tipificadas que acaban anegando su frágil vida… y yo en este sentido, interpelo también a las instituciones: ¿hemos sabido cuidar a los y las trabajadores sociales? ¿Qué responsabilidad tenemos ante esta situación gravísima por la cual un alto porcentaje querría salir de la profesión? ¿han exigido las instituciones por encima de las posibilidades reales de las profesionales sin tener en cuenta el impacto que esto tiene sobre la ciudadanía y sobre las mismas?

Y a nosotras mismas, os pregunto: ¿tenemos instrumentos de autocuidado para no enfermar en el intento de ayudar a la desesperada a los demás? ¿tenemos la valentía de luchar por los otros y por lo que es esencial del trabajo social?..

Y yo le pregunto a #mimisma: ¿hemos destruido la relación de ayuda bajo el tiempo, espacio y muerto bajo los escombros de los miserables recursos? ¿Hemos andado demasiado preocupadas en correr sin pensar ni parar? ¿Hemos establecido prioridades a las que no podemos responder? ¿realmente estamos presentes en nuestro día a día, nos vemos realmente a nosotras y a los otros?

Así, habiendo sentido y aprendido las virtudes del mindfulness y la compasión puedo afirmar  que su práctica nos aporta instrumentos hacia dentro y hacia fuera, tiene el potencial de transformar la práctica del Trabajo Social en tres niveles básicos: profesional, personas y familias y comunidades, como apunta Hick(2009)

Con la práctica del Mindfulness desarrollamos numerosas habilidades y actitudes, que tienen mucho que ver con esa relación trabajador(a) social-persona: resiliencia, compasión, simpatía, paciencia, aceptación, ecuanimidad, no aferrarse, mente de principiante y no juzgar. Autores como Moñivas (2012) afirman que el Mindfulness, además, nos ayuda a los y las trabajadores/as sociales ya que reduce distracciones, aumenta la concentración y atención, reduce automatismos, minimiza los efectos negativos de la ansiedad, potencia nuestra autoconciencia, evita o reduce la impulsividad, reduce la reactividad emocional y la rumiación  y mitiga el sufrimiento. Viendo los resultados de la encuesta sobre el estrés en nuestra profesión… ¿Qué perdemos por intentarlo?

Por otro lado, el Mindfulness puede ayudar al trabajo social a recuperar un hacer humanista, la ética de la intervención, colocando al “otro” como primera exigencia. Según Fombuena (2011) el Trabajo Social podría ganar respeto y legitimidad de los usuarios y de las instituciones si consiguiera transmitir el interés real que siente hacia las personas con dificultades y con trayectorias vitales frecuentemente complejas y dolorosas. Según la misma autora, hoy en día pide mesura y desmesura, renuncia a absolutos y compromisos apasionados, no exentos de riesgos. Esto supone añadir una orientación humanista a la intervención social más tradicional que tiene como objetivo obtener buenos resultados, es decir rápida y cuantificable, que justifiquen la actividad profesional de los y las trabajadoras sociales. Encontrarse con el otro, con autenticidad, con la preocupación de su cuidado es una actividad arriesgada que no deja a los profesionales indiferentes…

Así, volviendo a Silvia Navarro, no cuidar al otro, el des-cuido de quien tenemos ante nosotros, nos lleva a perderlo irremisiblemente para extraviarnos también a nosotros mismos porque no hay nadie más perdido que aquel desprovisto de alteridad, incapacitado para el encuentro con los otros.

Y si el des-cuido también hace un “pasacantando” hacia nosotros mismos, el insomnio está garantizado.

★ DE VENT I ALES ★ https://www.youtube.com/watch?v=YO6FiJnhYcU&ab_channel=TxarangoOficial

Bibliografía

  • Hick, S.F. (2009). Mindfulness and Social Work Practice. Chicago: Lyceum Books. Mindfulness and Social Work   Chicago, IL: Lyceum Books
  • Fombuena, J. (2011) ¿Quién es el otro del Trabajo Social? Alteridad y Trabajo Social. Portularia Vol. XI, Nº 2, [61-68]
  • Moñivas, A (2004) Competencias requeridas para el ejercicio profesional de trabajo social (el debate entre formación especializada vs. Generalista) Portularia 4, 2004, [441-444], ISSN 1578-0236. Universidad de Huelva