Alba Pirla nos invita una vez más a reflexionar sobre los servicios básicos de atención social. Esta vez desde la perspectiva de la ética organizacional.

Hace unos días tuve la suerte de asistir a una breve formación sobre ética en las organizaciones, de la mano de Francesc Torralba, filósofo, teólogo… un maestro. Siempre que te puedes parar a pensar, hecho cada vez menos habitual en servicios sociales, te resuenan frases e ideas durante unos días, que deberían poder quedarse con nosotros/as. Algunas de las ideas que me llevan a la reflexión a raíz de la formación (parar y pensar, ¡milagro!), quiero compartirlas con el fin de ver si las podemos dejar en la nevera unos días y así reaccionar (o no).

Hace días que no escribo relatos sobre nuestro trabajo, será que no estoy atenta a lo que realmente es importante en un equipo y un liderazgo: escuchar, comprender, atender, asesorar  o  ayudar a pensar, decidir estrategias… ver a las personas  –ya sean profesionales de tu equipo o personas atendidas –  por delante de los procesos administrativos y no por detrás, o lo que es peor, no verlas. Cuando me he dado cuenta, me ha acojonado. Al igual que los fantasmas, las ganas de escribir siempre vuelven, cuando les das un motivo.

Me he dado cuenta de que no escribo relatos porque no estoy atenta a lo importante. No escribo porque me paso el día haciendo cosas que no se hacer, ni me gustan, es más, las odio, que no aportan más que procesos administrativos vacíos a la vez que imprescindibles para que puedan funcionar los servicios. Decía una trabajadora social de atención primaria: “nos hemos convertido en administrativas caras”. En mi caso, soy una pésima administrativa y también regento una  deficiente  Gestoría (igual es que en mis estudios no había asignaturas que me hiciesen competente en esas materias, quien sabe…) Así, me veo como una incompetente que no comprende (ni falta que me importa… – como diría una grande-) los informes previos de los contratos, fórmulas de concurrencia competitiva de subvenciones, cálculos que repito mil veces, si una empresa debe tener una solvencia del 60 o el 70%, ¡y yo que sé!, si otorgo puntos objetivos o subjetivos en licitaciones…. Y así hasta el infinito y más allá de las 40 horas semanales.

Aunque  lo más  grave es que hago esto mientras suplico a mi equipo que no me diga ni “mu” porque tengo mucho lío… me pongo auriculares para trabajar y no escuchar a nadie, evito miradas cómplices que me desconcentran de mis puzles de facturas, informes y presupuestos. Vaya, una joya de Trabajadora social con funciones de liderazgo. Buffg.

¡Ay, gran Torralba, me has abierto los ojos, gracias!

Decía el maestro que la ética nos ayuda a traducir nuestros valores al día a día. Que un liderazgo ético tiene cuidado de los “otros” para que no se rompan o se “quemen”. Hacer cosas como dar dar aire a tu equipo, ayudar a respirar o evitar que hiperventilen, por poner algún ejemplo, serían funciones ligadas a la ética organizacional.

Igual que  en la intervención social directa, es imprescindible no perder la perspectiva, el famoso dilema “objeto-sujeto”, sin vernos atrapados en protocolos, procedimientos administrativos incomprensibles, las prisas, las urgencias, la inmediatez. Priorizar correctamente  implica pensar antes e implica que, si lo haces desde la consciencia ética, te genera malestar, ya que en servicios sociales, equipos y jefes, nos hemos acostumbrado a sufrir “moral  distress”, es decir, vemos como nuestra manera de hacer o lo que en realidad hacemos, no se corresponde con lo que deberíamos hacer en realidad y eso nos genera malestar y frustración mientras recogemos los cadáveres del sistema. DEP. Mis trabajadoras sociales papelean, no paran de atender urgencias inaplazables y no pueden pensar. Los jefes/as tampoco pensamos, lo sé de saberlo.

Todos los que estamos en el sistema de servicios sociales “enterramos”, como decía Torralba, sí,  sin cuestionarnos el sistema, y así, sin querer y contra los principios de nuestra profesión, nos convertimos en cómplices acríticos, sin discurso, demasiado ocupados en tramitar el entierro de beneficencia o en mi caso, licitaciones eternas e imposibles para mi  cociente intelectual que, por otro lado, atina bien en lo que sí cree y ama del trabajo social de verdad: el otro/a, la ayuda, la escucha, acompañar, crear, ayudar a crecer, estar presente, ser…  Ese “atinar” en trabajo social, trasladado al liderazgo de un equipo, implica tener jefes/as que escuchen, agiten, estiren, se comprometan en un objetivo común, atiendan las necesidades de su equipo, motiven, inspiren, valoren… y desde un espíritu y discurso crítico, velen por el cambio del sistema en beneficio de todos en general y de las personas más vulnerables en particular.

Dice Torralba que los y las que estamos a primera línea de fuego de la vulnerabilidad, estamos legitimados para tener discurso, para expresar lo que ocurre, para que seamos escuchados/as. Pero todos/as andamos demasiado ocupados “enterrando”, así que el sistema continúa.

Amigos, somos buenos sepultureros pero malos/as trabajadores/as sociales y jefes/as de servicios sociales, chimpum.

Dice, para acabar, el maestro, que el “hombre (y la mujer) orquesta también debe concentrarse”. Me ha dado mucha risa. Es como pedir concentración en el camarote de los hermanos Marx, tan parecido a cualquier centro de servicios sociales. Tan lejos de algo parecido a la calma para poder pensar más allá del entierro. Unos servicios sociales desafinados por no poner atención a cada instrumento, a engrasarlo, a mirarlo y mimarlo. Tocas, escuchas la nota (te acostumbras a escuchar la nota malsonante) y cuando la tienes localizada, sigues igual, sin hacer nada o poco para que mejore. Aprender a afinar es aprender a escuchar, y cuando uno aprende a escuchar, a escucharse, ya puede ponerse manos a la obra para afinar y tocar lo que quiera.

Afinar los servicios sociales, desafinados al máximo, (así suenan…) implicaría, según mi parecer, agudizar el oído para percibir desajustes, pensar sobre ellos, dialogar con ellos y con los otros instrumentos a ver qué les parece a ellos, dejar a un lado el miedo, percibir los errores, y ser valientes para hacer que cada uno suene lo mejor posible. No limitarnos al “trabajo social criticón” (gran Belén Navarro dixit) sino al que, desde la crítica y proactividad, es capaz de proponer y buscar soluciones, o al menos, intentarlo.

A los errores, decía una maestra, hay que tratarlos con gratitud, ya que tienen como función,  enseñar y cambiar. El problema es nuestro, si no somos capaces de darnos cuenta y aprender de ellos y, desde luego, tratar de afinarlos. Y diría más, si quien toma decisiones tampoco piensa, ¿A dónde vamos?

Creo que aún podemos todos los personajes de este sistema, cada uno en su papel, y deliberando juntas, apostar por una mirada crítica qua cuestiona y a la vez, ofrezca  alternativas de cambio. Oremos.

AlbaPirla